No es por falta de aspiraciones, ni de importantes palabras, pero una vez más las buenas intenciones de Naciones Unidas quedan enmarañadas en las complejidades de un organismo supranacional dominado por los intereses de sus estados miembros y tendente a ver como muchos grandes proyectos quedan empantanados. En esta ocasión, las víctimas de ese desequilibrio entre metas y realidades son los 65,3 millones de personas desplazadas en todo el mundo, incluyendo más de 21 millones de refugiados, protagonistas del mayor movimiento forzoso humano desde la segunda guerra mundial y a los que la ONU ha dedicado por primera vez expresamente una cumbre de alto nivel.

De poco ha servido que el encuentro, que este lunes ha abierto la 71a reunión de la Asamblea General, partiera con los ambiciosos objetivos marcados por el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon: “Proteger los derechos humanos de todos los refugiados einmigrantes, sin que importe su estatus; incrementar el apoyo a los países más impactados; asistir a gente desesperada en crisis prolongadas; asegurar que los niños obtienen una educación; mejorar las operaciones de búsqueda y rescate y elevar la financiación humanitaria y el reasentamiento de refugiados”. Porque ha acabado con la firma de un documento, bautizado como la Declaración de Nueva York para Refugiados y Migrantes, que tendrá escasa relevancia.

DOCUMENTO NO VINCULANTE

El texto es una versión descafeinada de borradores anteriores, de los que se fueron eliminando propuestas como el compromiso de reubicar a un 10% de la población de refugiados cada año o el de no detener nunca a menores de edad. Para colmo, no es legalmente vinculante para los 193 países miembros de la ONU, se da un plazo de dos años para elaborar y aprobar dos nuevos pactos en materia de refugiados y migrantes y, además, no incluye compromisos concretos inmediatos.

Por todo eso la “decepción” ha sido la reacción unánime de actores de la sociedad civil que trabajan con refugiados, migrantes y derechos humanos, desde Amnistía Internacional hasta Oxfam o Médicos Sin Fronteras y Human Rights Watch, que recuerdan las discrepancias entre lo dicho y lo hecho. La ONU, por ejemplo, solo ha recibido un 39% de la financiación requerida para prestar ayuda en esta crisis, en la que un 86% de los refugiados se encuentran en países en vías de desarrollo.

INTERVENCIÓN DEL REY

A España tampoco le faltan los contrastes. Con el compromiso de acoger a 17.000 refugiados, la realidad es que de momento se han asentado en el país menos de 500. Y es una discrepancia que resta peso a las vigorosas palabras que el rey Felipe VI ha pronunciado en la cumbre de la ONU. “Muchos llaman a las puertas de Europa. Nuestra responsabilidad es acogerles, en la medida de nuestras capacidades, para que puedan llevar una vida digna”, ha dicho el monarca, que ha asegurado también: “Los españoles aspiramos a ser un actor relevante en una cuestión de enorme contenido ético y humanitario”, y ha definido el encuentro como “un punto de inflexión en un asunto de trascendencia vital” con dimensiones morales y políticas que “exigen especial determinación, generosidad y perseverancia”.

LAS ESPERANZAS, EN OBAMA

Con el decepcionante resultado de la cumbre de la ONU, las miradas (y algo parecido a la esperanza) pasan ahora a una cita complementaria de líderes que ha organizado para el martes en Nueva York el presidente de EEUU, Barack Obama. Y es en esa reunión donde se espera que 45 países participantes sumen 3.000 millones de dólares (cerca de 2.700 millones de euros) a las arcas de ayuda humanitaria y garanticen educación para un millón de niños refugiados y derecho al empleo para otro millón de adultos. Serían algo más que palabras y buenas intenciones.