Caer de la desvencijada lancha de aluminio que Joao dirige casi sin mirar supone, si no la muerte, un trauma para toda la vida. En las turbias aguas de los ríos Solimões y Japurá, por las que hay que navegar horas a contracorriente para llegar hasta la reserva Mamirauá, habitan pirañas, caimanes, anacondas y el temido candiro azul o pez vampiro, que es atraído por la orina y se le atribuye la capacidad de penetrar por el pene hasta acceder a la uretra en busca de sangre.

Sin embargo, por muchos peligros que acechen en estos ríos -verdaderas autopistas del estado brasileño de Amazonas, donde solo hay dos carreteras asfaltadas-, es aquí donde está el futuro de la Amazonia. Al menos, un futuro basado en un desarrollo económico que no demande depredar la selva para favorecer la agricultura industrial o la minería.

"Aquí ya hemos visto el impacto que tiene cuando el hombre se propone preservar la naturaleza", explica a EL PERIÓDICO Wanderlândia Moreno Rodrigues, una pescadora que trabaja en el Instituto Mamirauá, uno de los centros de estudio de la sociodiversidad más importantes de la selva brasileña.

PESCA SOSTENIBLE

Moreno se refiere al pirarucú. Se trata de un pez de hasta tres metros y 200 kilos de peso cuya sabrosa carne -similar a la del bacalao- es muy apreciada en la región. La sobrepesca de la década de 1980 llegó a provocar que esta especie estuviera al borde de la extinción, por lo que en 1996 el Gobierno del estado de Amazonas prohibió su captura. Fue entonces cuando se creó la reserva Mamirauá y, dos años después, su vecina Amanã, cuyo tamaño juntas es mayor al de Bélgica pese a tener una población de apenas 13.500 personas repartidas en 260 comunidades. Por medio de cotas de pesca, se frenó la extinción y hoy la pesca sostenible del pirarucú -del que se aprovecha hasta su gruesa piel para hacer artesanía- contribuye a generar renta para la comunidad. "Solo en algunas zonas se puede capturar y durante unos períodos específicos del año", señala Moreno.

Algunas familias llegan a ganar 4.000 reales anuales, es decir, unos 1.000 euros por la pesca del pirarucú, que se hace de forma comunitaria, como si de una cooperativa se tratase. A esta cifra hay que sumar otras actividades agroforestales de temporada, como la producción de frutas (mango, sandía, banana) o la recolección de nueces y de açaí, quizá el producto autóctono más prometedor. Se trata de un fruto oscuro y redondo menor que una aceituna que se encuentra en las palmeras enraizadas en las orillas de los ríos amazónicos. Al ser batido, el açaí produce un jugo algo amargo pero extraordinariamente nutritivo al que los científicos le atribuyen beneficiosas propiedades antioxidantes. Muy popular y demandado en toda la Amazonia brasileña, donde las etnias indígenas ya lo consumían hace décadas, el açaí está ahora ganando adeptos en Europa y Estados Unidos. El mercado para este fruto está evaluado ya en más de 150 millones de euros, y su potencial es enorme si se considera el aumento de la demanda por productos orgánicos y saludables. "Ojalá se interesen más personas por él", explica Moreno.

SOL PARA GENERAR HIELO

Abrirle las puertas en los mercados occidentales es una buena estrategia para generar renta a nivel local y evitar que, ante la necesidad de alimentar familias con muchas bocas, la población local se eche en brazos de taladores ilegales o mineros de oro clandestinos. El problema para los productores de la Mamirauá es, sin embargo, la falta de energía, pues no hay red eléctrica, apenas generadores que funcionan a diésel y se activan durante dos o tres horas al caer la noche. Manufacturar y agregar valor a estos productos en estas condiciones es imposible.

Por eso el Instituto Mamirauá lleva desarrollando hace años una tecnología para implantar máquinas de hielo que funcionen por medio de paneles solares. Los bloques de hielo son generados por el intenso sol, lo que permite a pescadores y agricultores transportar en sus canoas la producción para venderla en las ciudades. "Estas iniciativas solares tienen un gran potencial en la región, pero falta crédito, conocimiento técnico y participación del sector privado", explica Dávila Corrêa, socióloga del Instituto Mamirauá.

La energía solar también ha permitido crear un pequeño hotel flotante al que los turistas llegan para realizar excursiones por una región de inigualable biodiversidad, donde en una hectárea hay más especies de árboles que en todos los bosques de Europa. La Posada Uacari recibe anualmente a unos 1.000 turistas y da empleo a 86 personas de la comunidad que, con unos salarios de unos 250 euros mensuales, bien satisfacen las necesidades de familias que ya encuentran en el bosque prácticamente todo lo que requieren para poner un plato de comida encima de la mesa.

"La posada cambió mucho la vida de la gente aquí. Hemos podido comprar electrodomésticos y camas. Pensé siempre en prosperar, pero la agricultura y la pesca dan por el momento poco dinero", explica Deucene de Oliveira, madre de cuatro hijos y gerente de la posada.