«¡Presidente, presidente! / todos se apresuran para verte / llega el momento de un giro en el destino / para que Crimea no se ahoge en el caos y el mal / y seas para nosotros el garante de la paz en la tierra / Actúa Putin, Putin presidente / Tu serás un héroe de película». Subida a un escenario, vestida de amarillo y acompañada por un acordeonista adulto, una chica que en ningún caso supera los 14 años glorifica, más que canta, al líder del Kremlin en un festival popular. El vídeo fue difundido por Youtube en el 2014, meses después de la anexión de Crimea, bajo el título ¡Actúa, presidente! Crimea es nuestra.

Cuatro años más tarde, en una tienda de suvenirs de Moscú, Oleg vende unas camisetas con la imagen estampada del presidente ruso, luciendo unas imponentes gafas de sol y montando un oso como si fuera un vaquero. «Estas camisetas se pusieron muy de moda (entre los rusos) hace un par de años; ahora que todos tienen una, las compran turistas sobre todo», explica, sin sonrojos. «¿Por qué me iba a avergonzar? Tenemos un presidente fuerte».

Sesgo totalitario

Ambos ejemplos visibilizan un fenómeno que, según los expertos, arrancó en Rusia al poco de llegar Vladímir Putin al poder y que ha atravesado diferentes fases, de acuerdo con los intereses políticos del momento en el Kremlin: la idolatración de la fígura del líder ruso ante la opinión pública, similar a lo que sucede en regímenes de marcado sesgo totalitario, con efectos perturbadores en la ciudadanía.

Oleg Panfílov es un periodista especializado en temas de libertad de prensa y fundó en los años 90 el Centro de Periodismo en Situaciones Extremas, destinado a promocionar el periodismo independiente en el espacio exsoviético. En el 2009, abandonó el país, vetado en los principales medios de comunicación, y se instaló en Georgia, desde donde habla por teléfono con deste diario.

«Todo comenzó en el 2000, nada más llegar al Kremlin, con la aprobación de la Doctrina para la Seguridad Informativa, que de hecho reinstituía la censura en Rusia», relata Panfílov. Programas, diarios y televisiones que ofrecían una imagen humanizada o no adecuada del nuevo huésped del Kremlin eran objeto de presión desde el Gobierno, la justicia o incluso instituciones de enseñanza. Un ejemplo de ello fue lo que sucedió con la emisión Kukly, hoy ausente de la parrilla de programación, que transmitía un perfil cómico del presidente, como un zar-bebé, más que como el dios que iba a gobernar la nueva Rusia.

Una vez controlada la narrativa sobre la proyección pública del jefe del Estado, comenzó el proceso de idealización, diseñado por especialistas de la propaganda soviética -Alekséi Gromov, del exKGB; y Vladislav Súrkov, un empresario próximo a Putin, entre otros- hasta hacerse casi obsesivo en el ámbito público actual. Se trataba de ofrecer una imagen virilizada del líder, capaz de controlar el país y de devolverle el estatus perdido: Putin a bordo de un submarino, pilotando un avión, mostrando el torso mientras monta a caballo… Dos publicaciones en lengua alemana, Der Bund y Tagesanzeiger, demuestran que muchas de esas fotos embellecidas de Putin muestran poses que equivalen a las que en su día se hizo el dictador italiano Benito Mussolini.

Imagen modificada

Para disimular la baja estatura del presidente, los comunicadores oficiales le mostraban como un gigante. Y para «dar una ideología a un régimen que carece de ella, se nos presenta a Putin acudiendo a la iglesia como un creyente, aunque dudo mucho que lo sea», destaca Panfílov. El culto a la personalidad en la Rusia actual es «mucho más intenso» que en los últimos años de la URSS, con Chernenko o Gorbachov en el poder, dice el periodista. «Cuando conviertes al presidente en un dios, nadie se atreve a criticarlo, porque se convierte en un ser asocial; además, ello azuza la preocupación entre los rusos: se preguntan que será de ellos cuando el dios falte».