La consigna es una, y solo una. Hay que convertir la jornada electoral que Rusia celebrará el próximo 18 de marzo en un día vacacional y de esparcimiento.

Cualquier planteamiento es bienvenido: desde concursos a las mejores selfis realizadas por los votantes ante las urnas o colegios electorales, premiados con iPhones o tabletas, a juegos de adivinanzas sobre temas deportivos, pasando por referéndums no vinculantes sobre temas de interés para los escolares y sus progenitores. También se baraja recurrir a la venta de alimentos y otros productos, así como a las actuaciones musicales.

Quedan poco más de dos meses para que los cerca de 110 millones de ciudadanos con derecho a voto sean llamados a elegir a su presidente para los próximos seis años. Y aunque el resultado es de sobras conocido por todos -Vladímir Putin renovará su mandato hasta el 2024-, la Administración presidencial rusa se ha puesto ya manos a la obra y, según acaba de difundir la publicación liberal RBK, ha enviado instrucciones a las regiones para que movilice a los votantes locales e incite la participación en los comicios. Eso sí, dejando a su libre albedrío la fórmula final para materializar los deseos del Kremlin.

ELEMENTO PERTURBADOR / Y es que la apatía electoral ante unos comicios ya decididos de antemano es el único elemento que podría enturbiar la reelección de Putin para el que será su último mandato presidencial. En las elecciones legislativas celebradas en el 2016, la abstención batió todos los records, y tan solo un 47,88% de los votantes, según los datos oficiales, se acercaron a los colegios a depositar su voto, aunque en medios opositores se cree que la cifra fue incluso inferior.

«Al Kremlin le es igual; si la abstención es alta, incrementará artificialmente la cifra de participación, como ya hizo tras las legislativas» del 2016, protesta, en una conversación telefónica con este diario, Maria Barónova, una de las organizadoras de las manifestaciones contra el líder del Kremlin en los años 2011 y 2012. «Sabemos que cuanto más abstención haya, más porcentaje de votos recabará Putin», constata.

PROMESAS ECONÓMICAS / Precisamente, en esta semana que ahora acaba, el presidente ruso ha empezado a implicarse de lleno en la campaña electoral con promesas de inminentes mejoras económicas, después de hacer esperar a todo el país con su tardío anuncio de presentarse a la reelección como independiente, materializado hace un mes. Durante una visita el miércoles a una fábrica de vagones de ferrocarril en Tver, a unos 170 kilómetros al noroeste de Moscú, el mandatario prometió atender una vieja reivindicación de la clase trabajadora: igualar el salario mínimo interprofesional con el índice mínimo de supervivencia, fijado en 11.163 rublos, unos 162 euros.

«La dinámica positiva de la economía se mantiene... la economía está en alza y tenemos la oportunidad de igualar el salario mínimo con el índice mínimo de supervivencia a partir del 1 de mayo», proclamó ante un grupo de trabajadores que le prometían apoyo.

No fue al azar la elección de la denominada Fábrica de Vagones de Tver para dar el pistoletazo de salida a la campaña. La empresa, con una plantilla de 6.000 trabajadores, empieza a remontar el vuelo tras sufrir los estragos de la crisis propiciada por los bajos precios del petróleo y las sanciones internacionales a raíz de la guerra de Ucrania. Con su visita, el presidente ruso quería enviar al electorado un mensaje de optimismo.

OPOSICIÓN DIEZMADA / La oposición liberal extraparlamentaria, la única merecedora de tal nombre en Rusia, se presenta diezmada a los comicios. Alekséi Navalny, el único candidato de entidad, ha sido vetado en la liza electoral por la Comisión Electoral Central, argumentando que tenía antecedentes penales. «Prohibir a Navalny es un error» del Gobierno, valora la opositora Barónova, quien recuerda que la mayoría de sus seguidores son jóvenes y adolescentes de reciente concienciación política que aún no plantean amenazas al sistema. Tras anunciarse la prohibición, el célebre bloguero anticorrupción ha llamado a sus seguidores a ignorar la cita con las urnas.

La ausencia convierte a Ksenia Sobchak, una celebridad que labró su popularidad presentando programas de entretenimiento en televisión, en la principal candidata liberal. Numerosos observadores consideran que la presencia de Sobchak en la parrilla de aspirantes es un intento del Kremlin de animar la participación y de dividir a la oposición. Pese a sus credenciales opositoras, es hija de Anatoli Sobchak, el difunto alcalde de San Petersburgo con el que Putin trabajó codo con codo durante los años 90.