Corea del Norte sigue autocastigándose con desbocado entusiasmo. No hay precedente de Gobierno que se afane tanto en detonar bombas nucleares en su territorio. La de ayer volvió a inquietar al mundo y a generar la algarabía de los norcoreanos. Fue el sexto ensayo nuclear de Corea del Norte, el tercero de Kim Jong-un y el primero con Donald Trump en la Casa Blanca. No sorprendió a nadie. Los satélites habían registrado en los últimos días movimientos febriles en Punggye-ri, la tradicional zona de ensayos atómicos. El margen de la duda era exiguo cuando las agencias sísmicas internacionales detectaron un terremoto de magnitud 6,3. Escasos minutos más tarde se registraba otro de magnitud 4,6, probablemente por el hundimiento del túnel donde había estallado la bomba.

Los 50 kilotones registrados multiplican por seis la potencia del último ensayo del pasado septiembre y por cuatro la de la bomba sobre Hiroshima. Bastarían para arrasar una ciudad grande, aseguran los científicos. Los temblores alcanzaron las vecinas Corea del Sur y China. Pionyang clamó después que se trataba de una bomba de hidrógeno miniaturizada y lista para ser calzada en un misil intercontinental. Horas antes había mostrado a Kim Jong-un junto al artefacto que presuntamente fue detonado después y firmando la operación.

AUTOS DE FE

Una bomba de hidrógeno miniaturizada justificaría el terror global, pero los logros que clama Corea del Norte exigen enormes autos de fe. Expertos como David Albright, presidente del Instituto Internacional para la Seguridad de la Ciencia, dudan de que la bomba de la foto sea real. Pyonyang ya encontró el mismo escepticismo internacional cuando dijo haber hecho estallar una bomba de hidrógeno en su cuarto ensayo. Son mucho más potentes que las convencionales de uranio y plutonio y debido a su devastador alcance (como unas 50.000 toneladas de TNT) nunca han sido utilizadas. La mayoría de los expertos tampoco creen que Pyonyang haya logrado miniaturizar la bomba para calzarla en un misil intercontinental.

Entre las brumas que envuelven el programa nuclear norcoreano emergen dos certezas tras el ensayo de ayer: Pyonyang sigue aumentando la potencia de sus explosivos y la tensión arreciará en la península. El secretario de Defensa de EEUU, el general Jim Mattis, anunció ayer una «respuesta militar masiva» en caso de que Corea del Norte amenace su territorio o el de sus aliados, Corea del Sur y Japón. Pero la reciente promesa del presidente de EEUU, Donald Trump, de enviar «furia y fuego» a Pyonyang si no detenía sus desmanes solo ha azuzado el conflicto. Desde entonces el régimen de Kim Jong-un ha amenazado con atacar la base estadounidense de Guam, lanzado un misil sobre Japón y ejecutado otro ensayo nuclear. No parece que haya aprendido a respetar a EEUU, como se enorgulleció Trump días atrás. Ayer amenazó con suspender todo comercio con cualquier país que haga negocios con Pyonyang.

Corea del Norte demostró de nuevo su perfecto dominio del tempo y de los arcanos de la comunicación de masas. Su última tropelía coincidió con el Día del Trabajo de EEUU y la apertura de la cumbre en China de los BRICS. Pyonyang contraprograma últimamente cualquier acto internacional con el que Pekín pretenda los focos globales. El presidente chino, Xi Jinping, de quien se sabe el desprecio que siente por Kim, ha aludido a las «sombras» que amenazan la paz mundial. La agencia oficial Xinhua ha manifestado horas después la «fuerte condena» al ensayo nuclear.

Japón, Rusia, Francia, el Reino Unido, la OTAN y la OIEA condenaron el ensayo. Moon Jae-in, el presidente surcoreano, que ha prometido reconciliarse con Pionyang cueste lo que cueste, calificó el ensayo de «completamente decepcionante e irritante». Hoy vuelve a reunirse de urgencia el Consejo de Seguridad de la ONU. Pero el ensayo también epitomiza el fracaso de las sanciones internacionales.