Apenas triunfó la Revolución, el 19 de julio de 1979, Julio Cortázar empezó a darle forma a su libro testimonial Nicaragua tan violentamente dulce. El novelista argentino quiso hacer valer su prestigio para dar cuenta de una esperanza emergente. «Asombra pensar en la transformación que se ha operado en cuatro meses apenas», escribe, pensando en una de las primeras medidas tomadas por el sandinismo: la alfabetización. Cortázar creía que, frente a las incomprensiones del exterior, el comandante Daniel Ortega y el ministro de Cultura, Ernesto Cardenal, «perfilarán mejor una imagen de Nicaragua» cuando visiten Francia y España. Cuarenta años más tarde, ambos destinos se bifurcaron y obligan a cambiar el título del libro de Cortázar: «Nicaragua, tan violentamente amarga».

Ortega abandonó el poder en 1990 con el lastre de una guerra interna fomentada por EEUU y volvió a ser investido presidente en el 2007. Debe creer que sigue siendo la misma imagen del guerrillero que en 1976 salió de la ciudad rebelde de Masaya para formar el Frente Norte del sandinismo y entrar de manera triunfal en Managua. «Estuvimos en la oposición 17 años y nunca se nos ocurrió andar matando liberales», dijo en las vísperas del aniversario de la liberación. Los 11 años de su segunda presidencia han sido de «estabilidad, seguridad, crecimiento y, sobre todo, dignidad». Pero resulta, que en la «familia» nicaragüense de hoy es «difícil» y «a veces imposible» reconciliarse. Hay un sector que no pone en práctica «el principio cristiano: ama a tu prójimo como a ti mismo».

La iglesia le da la espalda

El comandante que Cortázar vio alguna vez como una figura novedosa en los caminos de la revolución latinoamericana se ha convertido en un dudoso predicador al que la Iglesia católica, su aliada desde el 2007, ha dado la espalda. La vicepresidenta y cogobernante, Rosario Murillo, se presentó antes de los festejos oficiales del 40º aniversario en el canal 4 de Managua. «Me acaban de enviar una lectura bíblica que quiero compartir; se llama la Preeminencia del Amor, 1 Corintios 13». Y ahí, delante de las cámaras, recitó: «El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia». A pocos kilómetros, en Monimbó, cuna de la rebelión antisomocista, las balas silbaban otro canto, el de la muerte.

Pocas horas después del 19 de julio de 1979, Ortega y los otros líderes sandinistas fueron a Monimbó junto con Cardenal a rendir homenaje a quienes pelearon contra la dictadura. El poeta llegó entonces a escribirle una carta al rey Juan Carlos para denunciar las atrocidades de la Guardia Nacional en ese barrio indígena donde fue acribillado Camilo Ortega, hermano de Daniel.

Todo lo malo parece duplicarse en Nicaragua. El primer dictador, Anastasio Somoza García, gobernó de 1937 a 1947 y luego de 1950 a 1956. Su hijo, Anastasio Somoza Debayle, entre 1967 y 1972, y entre 1974 y 1979. A los 93 años, Cardenal se lo acaba de recordar al exguerrillero y expresidente del Uruguay José Mujica. Leyó una carta que remitió a Montevideo y coescribió con los estudiantes sublevados: «Ortega y Murillo no pueden seguir encontrando legitimidad en los movimientos de izquierda, a la que (ellos) sin escrúpulos han traicionado».