El sol tropical hace del mercado al aire libre una sartén y no hay playas de arena blanca ni chiringuitos con mojitos en miles de kilómetros. Saratsanun Unnoporn, candidata regional del partido Pheu Thai, reparte sonrisas de nívea dentadura y saludos con las palmas pegadas entre los precarios puestos de comida. Se acerca el momento, insiste. El momento llegará el domingo con las primeras elecciones en ocho años y el final de un lustro de dictadura militar en Tailandia.

Khon Kaen es una de las 20 provincias del noreste, las más pobres del país. Es la zona conocida como el Isán que ignoran las guías turísticas sobre el país de las sonrisas. También ha sido la más castigada por el estancamiento económico. De los votos de su campesinado dependerá la victoria en Bangkok y los partidos se esfuerzan en cortejarlos. Saratsanun juega en campo propio. Su formación está amparada por Thaksin Shinawatra, el exprimer ministro en el exilio desde que en el 2006 fue depuesto en una asonada militar.

Thaksin y sus partidos afines arrasaron en las elecciones de los últimos 20 años y, en una dinámica delirante, todos sus gobiernos fueron depuestos por golpes militares o sentencias judiciales.

Es un empresario de telecomunicaciones que se sirvió del poder para enriquecerse, debilitó la democracia y metió la mano en la caja. Lo saben en Isán. También que subvencionó la sanidad hasta la semigratuidad y la educación, impulsó un programa de microcréditos y elevó el precio del arroz a cuenta de las arcas públicas.

La Junta militar se ha esforzado en borrar su huella reformando la Constitución y vetando que los partidos estén dirigidos desde el extranjero. En vano. «Muchos me preguntan si va a volver», revela Saratsanun. Esos análisis son demasiado sesudos para los que se desloman para arrancarle algo a la tierra y lamentan que bajen los precios agrícolas y las ayudas oficiales mientras suben sus deudas y la inflación.

Thongkun Tednok, de 56 años, revela que la tonelada de la caña de azúcar ha pasado de costar 1000 bahts (28 euros) a la mitad en dos años. «Esa es la diferencia: Prayuth [jefe del Gobierno militar] dijo que había demasiada y cayó el precio. Thaksin, en cambio, la subvencionaba. Hoy no merece la pena cultivarla, perdemos dinero», sostiene. Todos los candidatos prometen políticas que serían calificadas en Occidente como populistas. Pero en Isán recuerdan las décadas de promesas electorales que se llevó el viento. «Thaksin sí cumplió y se preocupó por nosotros, las ayudas de ahora son insuficientes», señala. ¿Excitado por las elecciones y la llegada e la democracia? «Excitado porque vuelva Thaksin, le necesitamos en Isán», dice un taxista.