El pacto entre la UE y Turquía para controlar el flujo de refugiados que huyen de Siria ha hecho aguas antes incluso de que se firmara en marzo de este año. La presión sobre Europa, sin embargo, no la ha desencadenado únicamente Recep Tayyip Erdogan, presidente turco que lleva 14 años dirigiendo el gobierno. Su homólogo ruso, Vladimir Putin, y los bombardeos del Kremlin sobre la población civil siria han influido muy especialmente en el aluvión de refugiados que ha salido en tromba de Siria huyendo de la guerra.

“Juntos, Rusia y el régimen de Assad están deliberadamente utilizando como arma la inmigración en un intento por desestabilizar las estructuras europeas y romper la determinación europea”, advertía en febrero de este año Philip Breedlove, el comandante supremo de la Alianza Atlántica, ante el comité de servicios armados del Senado de Estados Unidos.

Hasta el entonces primer ministro turco, Ahmed Davutoglu, llegó a acusar a Moscú de actuar como “una organización terrorista” y “forzar a los refugiados” a abandonar Siria con ataques aéreos indiscriminados contra civiles y soldados. Según las últimas estimaciones desde el inicio del conflicto hasta julio de este año habrían muerto 216.000 personas, se habrían registrado 4,8 millones de refugiados y 13,5 millones de personas necesitarían asistencia humanitaria.

Pese a la tensión política que por aquel entonces existía entre Ankara y Moscú, y que ambas capitales han resuelto al menos de cara a la galería este verano con un apretón de manos entre sus máximos dirigentes, la campaña de bombardeos contra objetivos civiles -desde hospitales hasta escuelas según las reiteradas denuncias de organizaciones no gubernamentales- es una prueba para expertos y diplomáticos de que el objetivo de ambos países es generar un desplazamiento masivo de refugiados. Según Médicos sin Fronteras, por ejemplo, los aviones rusos han atacado en lo que llevamos de año más de 14 hospitales en la zona norte del país.

MINAR EL PROYECTO EUROPEO

El senador republicano John McCain sugería este año otro motivo: la existencia de una estrategia para exacerbar la crisis de refugiados y utilizarla como arma para minar el proyecto europeo y dividir la alianza trasatlántica. Para Marc Pierini, experto del Carnegie Europe, la intervención militar rusa en Siria desde septiembre de 2015 ha servido para que Moscu haga realidad cuatro objetivos: rescatar al régimen de Basar al Assad del riesgo de colapso, establecer una base militar en Oriente Próximo, demostrar que también tienen capacidad militar frente a importantes crisis y mostrar que deben contar en el geopolítica mundial.

Aunque este año Moscu ha retirado parte de las tropas desplegadas en Siria, la decisión no es más que un movimiento táctico según Pierini. “La supuesta retirada de tropas en marzo de 2016 creó cierta sorpresa” pero “Putin no retiró todas las tropas y dio pronto señales claras de que podía regresar en cualquier momento y tras una petición rápida”, señala en un análisis publicado hace unos días.

Y de hecho, Moscú, según denuncia Human Right Watch nunca se han marchado y continúa bombardeando. “La operación militar conjunta ruso-siria ha estado utilizando armamento incendiario que quema a las víctimas y desencadena fuegos en áreas civiles en clara violación de la legislación internacional”, denunciaba a mediados de agosto. Según sus estimaciones, en las últimas nueve semanas ha habido 18 ataques contra áreas controladas por la oposición. A la población es evidente que no le queda más remedio que escapar.