En un ensayo publicado poco después de que Donald Trump ganase las elecciones en el 2016, el historiador británico Niall Ferguson escribió que el magnate neoyorkino estaba llamado a ser una reedición moderna de Teddy Roosevelt, el republicano que gobernó Estados Unidos con una agenda populista entre 1901 y 1909 y proyectó agresivamente su incipiente poder militar en el exterior. Ferguson sostuvo que Trump no concibe el orden internacional en la tradición wilsoniana, o lo que es lo mismo, como un sistema de seguridad colectiva financiado desde Washington. Su concepción se parece más a la de Roosevelt, el principal antagonista de las tesis de Wilson. «Trump quiere un mundo dominado por grandes potencias regionales con hombres fuertes al mando, dirigentes que entienden que cualquier orden internacional debe estar basado en equilibrios de poder», escribió Ferguson.

Es dudoso que el presidente de EEUU haya diseñado su política exterior en los términos que emplean los teóricos de las relaciones internacionales. Su política es a menudo contradictoria e incoherente. Se mueve a impulsos y fluctúa en función de sus cambios de temperamento. Pero está poniendo a prueba las costuras del orden internacional y tratando de redefinir las reglas del juego a una velocidad pasmosa.

AVISOS DE LA UNIÓN EUROPEA / Solo en las últimas dos semanas dejó a sus aliados cariacontecidos al marcharse del G-7 a las bravas y negarse a firmar el comunicado de la cumbre. Luego desafió a los escépticos al reunirse por primera vez con un líder norcoreano, una apuesta osada que abre una ventana para la paz en la península. Y finalmente acabó la semana apretándole las tuercas a China al imponer aranceles a sus importaciones por valor de 50.000 millones de dólares (uno 43.000 millones de euros).

La Unión Europea ha advertido que Trump está poniendo en peligro el orden internacional que EEUU construyó tras la segunda guerra mundial y que ha preservado desde entonces. Un desafío que «beneficia a aquellos que buscan un orden alternativo al impuesto por Occidente, en el que la democracia liberal y las libertades fundamentales dejarían de existir», afirmó el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk.

En el camino está renegociando la relación comercial con sus aliados y rivales. Y lo está haciendo a las bravas, imponiendo aranceles y rompiendo acuerdos multilaterales sin preocuparse por los costes de una posible guerra comercial. «Trump ha llegado a la conclusión de que, si EEUU no puede estabilizar el capitalismo global, más vale dinamitar las normas multilaterales vigentes para construir un nuevo orden global en forma de rueda. América en el centro y el resto de poderes en los radios», escribió en The Guardian el economista Yanis Varoufakis.

Las formas horrorizan a sus aliados, que se sienten ofendidos y maltratados por las imposiciones unilaterales impulsadas por la Casa Blanca. Tras romper el acuerdo nuclear con Irán, su Administración amenazó con sancionar a las empresas europeas que sigan haciendo negocios con Teherán.

QUIERE QUE LE ESCUCHEN / No ayuda a calmar los ánimos la admiración que Trump muestra por autócratas y dictadores al tiempo que humilla a sus socios más cercanos. Del déspota norcoreano dijo que es «un hombre con mucho talento», «inteligente» y «muy buen negociador». También envidió la atención con la que su pueblo le escucha. «Cuando habla, su pueblo se sienta a escucharle atentamente. Yo también quiero eso» (Luego dijo que estaba bromeando).

Con China y Rusia, los grandes rivales geopolíticos de EEUU, parece haber aceptado sus esferas de influencia. Apenas ha cuestionado las acciones de Pekín en las islas del mar de China que se disputa con sus vecinos y básicamente ha validado la anexión rusa de la Crimea ucraniana.

Pero tampoco los está tratando con guante de seda ni dejándoles necesariamente vía libre. Ha impuesto sanciones al Kremlin, ha mantenido la ayuda militar a Ucrania, ha aumentado el presupuesto de las tropas estadounidenses en Europa y se ha embarcado en un principio de guerra comercial con China. El orden internacional sigue en pie, pero la confusión es máxima.