Todavía enfrenta nueve causas judiciales de muy dudosa consistencia acusatoria, según sus abogados. Tiene dos peticiones de prisión preventiva. Rigen embargos sobre algunos de sus bienes. Un magistrado le ha prohibido hasta utilizar tarjeta de crédito y debe solicitar permiso para salir del país. Para Cristina Fernández de Kirchner todo ha sido parte de un mismo dispositivo de venganza política y mediática que se activó en el 2016, al abandonar el poder, y que no ha impedido un nuevo encumbramiento por medio del voto. Para regocijo de unos y espanto visceral de otros, a partir de este martes ejercerá la vicepresidencia de un país que considera devastado.

"¿La han oído? Vuelve furibunda", dijeron algunos comentaristas después de escuchar su alegato de tres horas y media frente a un tribunal que la juzga en una causa por presunta corrupción en obra pública. Cristina los tachó de haber estado al servicio del Gobierno de derechas saliente. Les dijo además que podían dictar la sentencia que quisieran y que no le importaba porque se sentía absuelta por la historia. "Fue uno de los mejores actos de defensa que vi en mi vida: dejó a los jueces mudos", sostuvo Alberto Fernández, el hombre que encabezará el Poder Ejecutivo a partir de este martes, sobre su principal aliada y sostén.

PREOCUPACIÓN

La Asociación de Magistrados y Funcionarios de la Justicia Nacional expresó en cambio su "preocupación" por un posible avasallamiento institucional a partir del 10 de diciembre. Los que desconfían epidérmicamente de la próxima vicepresidenta escucharon ese discurso como un oscuro presagio. Cristina, razonaron, sigue siendo fiel a sí misma, así como a lo que fue su presidencia (2007-15). Creyeron encontrar en esa alocución que alternó pruebas documentales, reflexiones y un acentuado dramatismo, otro indicio de que el nuevo presidente será su rehén consentido. "Fernández se sobreadaptó a una cosa que no puede manejar", concluyó azorado el periodista radiofónico Marcelo Longobardi. "Alberto tiene personalidad pero está 'cristinizado'", señaló con desencanto en la televisión el periodista Nelson Castro.

La realidad por el momento refuta esas aprensiones. No obstante, las conjeturas sobre los "verdaderos" vínculos entre los dos Fernández están a la orden del día. Unos quieren ver a Fernández de Kirchner como una fuerza telúrica que devorará su propia obra electoral. Otros creen que el presidente logrará disciplinarla. El kirchnerismo reconoce afinidades afectivas y matices políticos entre ellos. Pero por encima de todo destacan que existe una voluntad de preservar la unión del peronismo contra viento y marea. "¿Para qué hundiría el barco en que ella navega y que ayudó a botar?", se preguntó Mario Wainfield, columnista de 'Página 12'.

"Más allá de lo que digan o escriban agrietados e interesados, cuesta pensar seriamente que con los problemas acuciantes que tiene Argentina, Alberto y Cristina apuesten de alguna manera contra ellos mismos: sea por convencimiento o necesidad, tienen oportunidades de sobrevivir si acuerdan, no si rompen. Acaso, si él es el dueño de la lapicera presidencial, ella tiene la tinta", señaló Javier Calvo en el diario 'Perfil'. La supervivencia de la alianza estará en última instancia indisolublemente ligada al éxito para salir una vez más del pozo económico y social.