Joven, marroquí y musulmán. Tres palabras difícilmente indisociables en un país en el que el islam, más allá de la fe y de la práctica, es un recurso identitario. En ocasiones, los jóvenes no confiesan la religión islámica pero se definen culturalmente musulmanes. Y eso es lo que cuenta. Un informe del Consejo Económico Social y Ambiental (CESE) -basándose en una encuesta realizada a 27.000 jóvenes- asegura que las nuevas generaciones marroquís recurren actualmente más al islam que en épocas anteriores.

Esta emancipación de carácter «espiritual» responde, en opinión de Mustafa Benhamza, presidente del Consejo Local de Ulemas de Oujda, a la búsqueda de una mayor cohesión social. El islam une a ricos y a pobres dentro, por ejemplo, de una mezquita. Es el único sitio que pone en pie de igualdad a todos los ciudadanos. Por otra parte, la inaccesibilidad a lo material que hoy ocupa una plaza importante entre los más jóvenes les empuja a refugiarse en el islam.

Pero una cosa no excluye la otra. Las experiencias, los viajes a otros continentes de diferente tradición cultural, el retorno de la diáspora marroquí con las nuevas identidades adquiridas, las redes sociales y la globalización están influyendo en el comportamiento de un joven de Marruecos cada vez más apartado de atuendos tradicionales, que adopta vestimentas «europeas», se muestra menos contraído con las manifestaciones públicas en el amor o se permite la licencia de tomarse una copa de alcohol.

Nueva mirada

No obstante, esta nueva mirada propia del siglo XXI en el estilo de vida no afecta a las cinco oraciones del día o al rezo del viernes, tampoco a la práctica del mes sagrado de Ramadán o a una participación en las fiestas religiosas. «La religión islámica se adapta a los tiempos modernos y ella sigue siendo un referente para nuestros jóvenes», afirma Benhamza. El islam para jóvenes como Sana es el «antídoto» a toda forma de opresión. «Es el camino hacia la libertad. Tranquiliza mi corazón», asegura la joven. No comparte la idea de que la religión islámica se convierta en la solución al sentimiento generalizado de exclusión. «El islam es antes que todo cultural. Se trata de un valor común que compartimos en familia y entre amigos», matiza. Un islam especialmente cultural que identifica al conjunto de la población marroquí y permite el reconocimiento mutuo. «Existe una constante en la escuela o centro juvenil: las referencias al Profeta. Su historia, su propia vida puede servir de patrón para los jóvenes y evitar que no caigan en la delincuencia u otras formas de violencia», se desprende del informe del CESE.

Claro que no siempre las interpretaciones de la religión islámica contribuyen a una mayor convivencia o a ser más tolerante con otras maneras de expresión física y verbal. El compás de espera actual de la dualidad entre la tradición y la modernidad ha derivado, en muchos momentos, a extremos: el de cuantos jóvenes corren hacia la religión para preservarla frente a un cambio de modelo de sociedad cada vez más globalizada y, por tanto, menos constreñida.

Según Said, licenciado de 29 años, el recurso al islam como fuente de inspiración para los jóvenes también se trabaja desde las instituciones (el rey Mohamed VI, es comendador de los creyentes) y los movimientos sociales de naturaleza religiosa que promueven los valores islámicos en los barrios de las pequeñas y grandes ciudades.

«No todo el mundo siente el mismo compromiso con la religión. Incluso hay otros que ni siquiera lo tienen. Eso es lo interesante de Marruecos, la diversidad cultural y de ideas. Eso sí, una mayoría se identifica bajo la etiqueta de musulmanes», añade. «En algunos barrios de Tánger hay experiencias de niños insultando a las chicas por el tipo de pantalón que llevan o porque se desprendieron del velo. Actúan como pequeños jueces de la moral que violan las libertades individuales y el espacio público de la mujer», comenta a este diario Khalid El Messari, miembro de la Asociación Iniciativas, Ciudadanía, Educación y Medio ambiente cuya sede se sitúa en Tánger. La reflexión a este respecto del Consejo Económico, tras recoger los resultados de las encuestas, es clara: se está confundiendo el respeto con la religión.

Messari trata de orientar a los más jóvenes hacia una formación profesional para que hallen un futuro y abandonen la calle periférica, convertida muchas veces en imán de anfetaminas o pegamento que esnifan los menores para entumecer miserias. «Por eso cuando un niño deja de frecuentar la calle y la mezquita pasa a ser el nuevo lugar de asueto, los padres se alegran. Prefieren que se centre en la religión antes que matar las horas fuera de casa delinquiendo», añade el agente social. La mezquita como una vía de escape para menores sin horizontes teniendo en cuenta que «los jóvenes representan un 65% de los desempleados en Marruecos». Por ello, el rey Mohamed VI enmendó al Gobierno para que se tomaran medidas en la dinámica de la promoción de la formación profesional. «Es fundamental para la integración de la juventud», dijo el monarca marroquí.