Por todo lo largo de la frontera entre Turquía y Grecia, que marca el río Evros, está lleno de ellos. De entre todos los miles de refugiados que aquí se agolpan -cerca de 15.000, según la Organización Internacional para las Migraciones-, ellos destacan entre todos los demás. No por su nacionalidad, que es muy variada, sino por su forma de vestir: a la gente de este grupo se le caen los pantalones y se les salen los zapatos de los pies.

Vagan como un ejército disperso en varios grupos, caminando tristes, con la cabeza gacha y con dificultad por todo el recorrido del lado turco de la frontera. Son los que lo consiguieron: los que pudieron entrar a través del río a Grecia.

Se les identifica muy fácilmente, porque a diferencia de los demás -los que de momento no lo han intentado- no tienen ni cordones en los zapatos ni cinturones que aguanten sus pantalones casi rotos. Se los ha robado la policía griega.

Abdulrezak es uno de ellos: "Me quitaron todo. Mi teléfono, mi dinero e incluso mi pasaporte. Tengo un hermano en Alemania y mi idea es reunirme con él. Lo voy a intentar de nuevo. Cuando se termina nuestra esperanza comienza nuestra obstinación. Te juro que lo intentaré de nuevo. Si quieren, que me maten. No le temo a la muerte, porque en este mundo estamos solo de paso. El otro mundo, el de después de la muerte, es el verdadero", explica este sirio de Alepo de 32 años. El lunes murieron dos personas intentando cruzar al lado griego.

SIN CONTEMPLACIONES

Es esto lo que ha provocado la durísima represión griega. Este martes, la zona fronteriza, sin embargo, estaba más tranquila que los últimos días porque muchos refugiados han entendido el mensaje de Atenas: aunque crucen, aunque consigan entrar a Europa, la policía griega les detendrá, les pegará una paliza que no olvidarán y, después les deportará sin contemplaciones por la vía rápida a través del río. Entonces, ¿para qué arriesgarse?

Y es aquí donde se crean dos grupos. El primero lo conforma gente que, por el miedo a los griegos, ha desistido y se vuelve a sus casas anteriores. Estos, por lo general, tienen suerte, porque aún les queda algún sitio al que poder volver.

Hay muchos que no: sobretodo hombres solos, que abandonaron sus casas y sus trabajos cuando escucharon la recomendación de que corriesen, que las puertas de Europa estaban abiertas. Pero Grecia, con fuerza bruta, apretando y empujando, con porras, gases lacrimógenos y hasta munición real disparada al aire o al agua, se ha encargado de mantenerlas cerradas. De momento.

VISITA OFICIAL

Toda la UE, en esta crisis provocada por Turquía, se ha apresurado a mostrar su apoyo a Atenas. Y este martes, para escenificarlo, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von Der Leyen, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, y el presidente del Parlamento Europeo, David Sassoli, han visitado al primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, con el que han hecho una visita guiada en la parte griega de la frontera con Turquía.

"Europa no será chantajeada por Turquía en el asunto de los refugiados. Por desgracia, Turquía se ha convertido en un traficante oficial de personas. Pero seamos honestos, por favor. La Unión Europea tampoco ha estado a la altura a la hora de tratar esta crisis", ha dicho Mitsotakis ante sus invitados. Pero esta crisis continuará porque la llave de todo esto, quien pilota esta nave, quien decide qué pasa y cuándo pasa, es Recep Tayyip Erdogan.

Y el presidente turco no tiene intención de parar nada: "La UE me ha ofrecido 1.000 millones de euros. ¿A quién intentáis engañar? No quiero vuestro dinero", dijo Erdogan este lunes por la noche, tras reunirse con el primer ministro búlgaro, que se ha salvado de esta crisis por sus buenas relaciones con Erdogan.

¿DÓNDE ESTARÁN?

Lejos de los escenarios políticos, sin embargo, en la frontera, la situación está muy alejada de las pugnas entre estados y sus palabras grandilocuentes. En Pazarkule, muchos vagan sin rumbo ni destino. "No sé qué está pasando... Nos acaban de devolver de Grecia hace una hora... No tengo teléfono... Hace días que no como nada... Mi familia... ¿Dónde está mi hermana? Mi madre...", dice Mehdi, un afgano que camina sin rumbo.

"Nos están robando nuestras vidas, nuestras casas, nuestra tierra", dice Abdulrezak, que está atrapado en el campo de refugiados improvisado de Pazarkule, al que la policía griega, en los anteriores días, ha lanzado constantemente gases lacrimógenos. "¿No ven lo que le están haciendo a tanta gente? Llevo aquí dos días y solo he comido dos sopas en todo este tiempo. Cuando estaba bajo custodia griega, no me dieron ni un vaso de agua durante dos días", añade.

Mientras habla, al alepino se le va encendiendo la cara y la indignación. Necesita, se le nota, sacarlo todo de dentro porque ya no puede más: "¿Por qué los griegos nos tratan así? ¿Por qué nos hacen esto? ¿Es que no somos personas? ¿Cuál es la diferencia entre ellos y nosotros? ¿Cuál? Pero pagarán. Aquí todos creemos que el mundo pagará por lo que nos está haciendo. Dios es grande. Lo ve todo", dice Abdulrezak.