En los convulsos años sesenta, cuando el movimiento de los derechos civiles luchaba para acabar con la segregación y la falta de derechos de la población negra, Richard Nixon utilizó el concepto de "ley y orden" para ganar votos entre la población blanca más reacia al cambio y asustada por la tensión en las calles. Nixon culpó a los demócratas de permitir y alentar los disturbios, la misma estrategia que está repitiendo Donald Trump en esta campaña. En plena reactivación de las protestas de los últimos meses, después de que un policía blanco acribillara el domingo por la espalda y delante de sus hijos a un hombre negro de 29 años en Kenosha (Wisconsin), los republicanos utilizaron la tercera jornada de su Convención para hacer una defensa a ultranza de la policía y criminalizar las demandas de justicia. No siempre pacíficas.

Esas demandas paralizaron anoche la NBA. Los seis equipos que debían jugar sus encuentros de play-off se negaron a saltar a la pista, siguiendo el ejemplo de los Milwaukee Bucks, el primero en posicionarse a favor del boicot. “Los últimos cuatro meses han iluminado las injusticias raciales que siguen sufriendo las comunidades afroamericanas”, dijeron los Bucks en un comunicado. “A pesar de las abrumadoras demandas de cambio, no ha habido acción, de modo que nuestro foco no puede ser hoy el baloncesto”. Otros equipos de béisbol y baloncesto femenino siguieron también su estela. Pero nadie le devolverá las piernas a Jacob Blake, el hombre tiroteado por la policía, que ha quedado paralizado de cintura para abajo.

Desde entonces la indignación no ha hecho más que crecer. Tras dos noches de protestas, edificios quemados y comercios saqueados en Kenosha, la pequeña ciudad se llenó el martes de milicianos blancos armados hasta los dientes. Uno de ellos, de 17 años, mató a dos manifestantes con un rifle de asalto e hirió a un tercero. Poco después pasó delante de los agentes sin que movieran un dedo, aunque más tarde acabó siendo arrestado. Un crimen que se ignoró durante la tercera jornada de la Convención republicana. Ni se condenaron los asesinatos cometidos por el ‘vigilante’ blanco ni se mencionó una sola vez el nombre de Blake o de George Floyd, cuyo brutal asesinato en Minneapolis activó en mayo las mayores protestas contra el racismo de las últimas décadas.

“Déjenme que sea claro: la violencia se tiene que acabar, sea en Minneapolis, Portland o Kenosha”, dijo el vicepresidente Mike Pence durante el discurso que cerró anoche el espectáculo. “Devolveremos la ley y el orden a las calles de EE UU. El presidente Trump y yo sabemos que los hombres y mujeres de la policía son lo mejor que hay entre nosotros”. "Héroes" fue el adjetivo preferido para describirlos.

Pero Pence también acusó falsamente al demócrata Joe Biden de querer dejar sin financiación a las fuerzas del orden, cuando ha propuesto aumentar sus fondos para diversificar racialmente sus departamentos y mejorar las relaciones con la comunidad, en contra de esa izquierda del partido que sí quiere desfinanciar a la policía. “La cruda realidad es que con Biden no podrán vivir seguros en EE UU”, añadió el vicepresidente.

Muchas otras voces se esforzaron también por explotar la ansiedad que genera la fractura racial y los disturbios vividos también últimamente en Seattle o Chicago. Televisiones como Fox News los amplifican todas las noches, como si el país estuviera en llamas y no hubiera más trasfondo en las protestas que el apetito de destrucción de las hordas demócratas, lideradas por Black Lives Matter, descrito por Trump como “grupo de odio”. Otros se encargan diariamente de colgarle el espantajo de “marxista”.

“Las ciudades gobernadas por los demócratas están siendo atacadas por muchedumbres violentas”, dijo la gobernadora de Carolina del Sur, Kristi Noem. “Hay saqueos, caos, destrucción y asesinatos. La gente que puede huye, pero la gente que no -los buenos y sacrificados trabajadores estadounidenses-- quedan a su merced”. Esta misma estrategia le dio muy buenos resultados a Trump hace cuatro años, aunque por entonces más que señalar veladamente a los negros de la supuesta distopía que se ha apoderado del país, se cebó con los inmigrantes irregulares. El problema es que el país está hoy mucho más polarizado y enfrentado que hace cuatro años.

Anoche mismo seguidores y detractores del presidente se liaron a puñetazos a las afueras de Fort McHenry, el histórico fuerte de Baltimore escogido por Pence para pronunciar su discurso. La ultraderecha, muy envalentonada durante su mandato, lleva tiempo llamando a la guerra racial. Y el republicano ya ha dejado entrever que no aceptará el resultado si pierde las elecciones. Todos esos elementos augurán un final de campaña turbulento. EE UU es hoy un polvorín y Trump está jugando con fuego.