Si había alguna duda del divorcio entre Emmanuel Macron y esa Francia periférica que el presidente francés ha tratado a menudo con desdén, la inédita movilización que ha salpicado este sábado todo el país lo ha expresado con una claridad meridiana.

La revuelta ciudadana convocada a través de las redes sociales para protestar contra la subida del impuesto a los carburantes no es más que la gota que ha colmado el vaso de un profundo malestar social con la política económica de un líder que el ciudadano medio percibe como el gobernante de los ricos.

Quienes han levantado barreras para bloquear el tráfico y quienes han desfilado a pie en más de 600 ciudades se han quejado de la presión impositiva, de la pérdida de poder adquisitivo y de la falta de empatía del presidente con un sector de la población que hace virguerías para llegar a fin de mes.

SIN LÍDERES PERO VISIBLES

Sin líderes conocidos, sin una clara organización y rechazando la tutela de sindicatos y partidos políticos, el chaleco amarillo reflectante, obligatorio para circular en Francia, se ha convertido en su seña de identidad. Les ha hecho visibles.

La revuelta de los chalecos amarillos desafía al presidente a dar una respuesta a las preocupaciones de la Francia real y deja al descubierto los límites de La Republica en Marcha, un movimiento político nacido en tiempo récord para impulsar la carrera de Macron hacia el Elíseo pero que carece de la implantación territorial necesaria para conectar París con las provincias y las zonas rurales.

Aunque la movilización ha transcurrido con normalidad en numerosos puntos de la geografía francesa, la jornada ha sido tensa y se ha saldado, según el balance provisional del Ministerio del Interior, con una manifestante muerta, más de 200 heridos y 117 detenciones. En total, las cifras oficiales hablan de más de 2.000 concentraciones y 282.000 manifestantes.

A LAS PUERTAS DEL ELÍSEO

En París, la protesta se inició en la Puerta Maillot, una de las entradas de la autovía periférica que conduce a la capital. Paulatinamente, el cortejo se fue extendiendo por los Campos Elíseos con la intención de llegar al palacio presidencial, fuertemente custodiado por las fuerzas del orden.

Unos 1.200 manifestantes campaban en la plaza de la Concordia coreando uno de los eslóganes más repetidos en las marchas: "Macron, ¡dimisión!". “Vamos a dormir delante del Elíseo”, decía alguno.

CONVOCADOS POR FACEBOOK

Muchos de los que este sábado han salido a las calles no se habían manifestado jamás, pero han respondido a las convocatorias nacidas en Facebook. "Funcionó en mayo del 68. ¿Por qué no va a funcionar ahora?”, contaba al diario ‘Le Monde’ un joven de 25 años de una pequeña localidad del oeste francés. El movimiento cuenta con la simpatía del 75% de los franceses, aunque solo el 25% está dispuesto a secundarlo, según un reciente sondeo.

También hay voces molestas con la estrategia de bloquear las carreteras y con una reivindicación que se desentiende de las consecuencias del cambio climático. "Que luego no se quejen de que el Gobierno no hace nada contra las inundaciones y las olas de calor. ¿Por qué no piden más transportes públicos?", se lamentaba un internauta.

El detonante de la protesta es precisamente el aumento paulatino de aquí al 2022 de las tasas a los hidrocarburos en el marco de la ley de transición ecológica. La primera subida, de 6,9 céntimos para el gasóleo y de 2,9 para la gasolina, será en enero. Los conductores se quejan de que cuando se gastan 70 euros en llenar el depósito, el Estado se lleva 40 en impuestos y que es hora de bajar las tasas.

EL MUNDO DE LAS ÉLITES

Pero el primer ministro, Edouard Philippe, no ha dado marcha atrás y se ha limitado a anunciar algunas medidas para reducir el impacto de la subida en los hogares más modestos. Entre ellas, una ayuda de 4.000 euros para cambiar el coche por uno menos contaminantes o ampliar el cheque energético a 5,6 millones de franceses.

"La gente no pide soluciones técnicas para financiar un coche nuevo. Esperan que se les diga cuál es su sitio en este país. Hay que desarrollar las regiones a partir del pueblo", aseguraba en ‘Le Parisien’ el geógrafo Christophe Guilluy, autor de ‘La Francia periférica’ y de ‘No society, el fin de la clase media occidental’.

A su juicio, las élites se han unido geográficamente en las metrópolis, donde hay dinero y trabajo, y siguen dirigiéndose a una clase media y a una realidad social que ya no existe. "Es un bulevar para los extremos", advierte.

Los partidos políticos de la oposición han tenido especial cuidado en impedir que se les acuse de instrumentalizar el enfado ciudadano, pero todos, desde la ultraderechista Marine Le Pen, hasta el líder de la Francia Insumisa, Jean Luc Mélenchon, pasando por el presidente de Los Republicanos, Laurent Wauquiez, y el líder socialista, Olivier Faure, han mostrado su simpatía por un movimiento exitoso cuyo futuro es todavía una incógnita.