El fiscal especial Robert Mueller dio ayer un golpe sobre la mesa, elegante pero contundente. Tras dos meses en que Donald Trump y su Administración han estado repitiendo la falsedad de que la investigación de Mueller, recogida en su informe de 448 páginas, exoneraba «completamente» al mandatario de haber colaborado con Rusia mientras el Kremlin realizaba su probada operación de interferencia en las elecciones presidenciales de Estados Unidos y de un posible caso de obstrucción a la justicia para impedir esa investigación, Mueller compareció por primera vez públicamente en Washington.

El fiscal especial subrayó lo que ya se podía leer en su documento de conclusiones: la injerencia rusa está más que probada, se han encontrado «pruebas insuficientes» para acusar a la campaña de Trump de conspiración pero, y es una parte fundamental, sus pesquisas ni mucho menos exoneran a Trump del posible crimen de obstrucción. «Si hubiéramos tenido confianza en que el presidente no cometió un crimen lo habríamos dicho», destacó Mueller, replicando casi palabra por palabra lo escrito en el informe, que se conoció públicamente casi íntegro, con el 12% clasificado, el 18 de abril.

Esa misma réplica casi palabra por palabra respecto al informe la hizo Mueller al recordar que no imputó a Trump por obstrucción porque «no era una opción» para su oficina, que actuó limitada por las directrices del Departamento de Justicia y de la Constitución que impiden presentar cargos federales contra un presidente en activo.

presidente en el cargo / Además, como escribió y repitió ayer, en la decisión pesaron factores de justicia. «Sería injusto potencialmente acusar a alguien de un crimen cuando no puede haber resolución en los tribunales del cargo», recordó. «La Constitución requiere un proceso distinto al sistema de justicia penal para acusar formalmente a un presidente en el cargo», dijo el fiscal especial, en referencia indirecta pero cristalina al poder del Congreso para investigar y abrir un proceso de impeachment. Mueller dejó claro que no tiene intención de formar parte de ese proceso, avanzando que ni él ni nadie de su equipo comentará «ninguna otra conclusión o hipótesis sobre el presidente» y anunciando que su voluntad es no comparecer ante el Congreso, algo que repetidamente han solicitado los demócratas, con el control de la Cámara Baja.

caso cerrado / Con la decisión de romper su hermetismom Mueller ha sellado su esfuerzo de impedir que nadie hable ni por él ni por su trabajo. Es algo que no había conseguido desde marzo, cuando entregó el informe al cuestionado fiscal general, William Barr, que dos días después facilitó un resumen de cuatro páginas favorable al presidente. Tampoco Mueller logró que solo hablara el documento después de que en abril este se le entregara al Congreso y se pusiera a disposición de toda la ciudadanía. Y aunque prácticamente todo lo que dijo ayer está en el informe, lo que eligió destacar en poco más de ocho minutos de comparecencia resucita de nuevo el intenso debate sobre los ejes de su investigación y rompe la narrativa de la Casa Blanca.

Mueller destacó que su trabajo y el de todos los que han participado en las pesquisas ha sido «justo e independiente», y que los temas investigados son de «crucial importancia», un dardo a las repetidas afirmaciones del presidente de que todas las pesquisas han sido una «caza de brujas» supuestamente impulsada por «motivaciones políticas».

Se despidió reiterando «la acusación central» de las imputaciones que sí ha nacido de su investigación: que «hubo múltiples esfuerzos sistémicos de interferir en las elecciones. Esa acusación merece la atención de cada estadounidense», dijo, poniendo el foco en una injerencia de Rusia que Trump personalmente minimiza pero que muchos en EEUU alertan de que no ha desaparecido y volverá a vivirse en las presidenciales del 2020. Mueller dijo adiós, pero su trabajo va a seguir dando que hablar. Y hasta en la Casa Blanca saben que otra guerra sigue abierta.