Visiblemente nerviosa, la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff,esperaba su turno para dar su discurso en Nueva York. Sabía que sus palabras ante los líderes mundiales reunidos este viernes en la sede de la ONU serían analizadas al milímetro. En los últimos días, la posibilidad de que la exguerrillera emplease su discurso para denunciar un intento de Golpe de Estado en Brasil había desatado todas las alarmas.

La oposición, los magistrados de la Corte Suprema e incluso el vicepresidente Michel Temer, presidente interino durante la ausencia de la mandataria, habían preparado ya el terreno con entrevistas en los principales medios del país en las que acusaban a Rousseff de poner en duda las más de tres décadas de democracia en Brasil. Para muestra un dato: solamente este viernes Temer concedió entrevistas a 'The New York Times', 'The Wall Street Journal' y el 'Financial Post'.

Mientras tanto, la ecologista líder del partido Red de Sustentabilidad, Marina Silva, incluso llegó a declarar que el discurso de Rousseff pondría en peligro el acceso del país a un asiento fijo en el Consejo de Seguridad de la ONU. Una vieja aspiración de la diplomacia brasileña en la que se llevan invertidos más de 20 años de negociaciones.

Sin embargo, la líder del Partido de los Trabajadores (PT) no quiso darles esa satisfacción. Con un discurso sobrio y políticamente correcto, Rousseff dejó la responsabilidad de combatir el "golpe" al pueblo brasileño advirtiendo que este no estará dispuesto a aceptar "retrocesos" en su joven democracia.

"PUEBLO TRABAJADOR"

"No puedo terminar mis palabras sin mencionar el grave momento que vive Brasil. Quiero decir que Brasil es un gran país, con una sociedad que supo vencer el autoritarismo y construir una pujante democracia. Nuestro pueblo es trabajador y aprecia la libertad. No tengo dudas de que sabrá impedir un retroceso. Agradezco a los líderes que me expresaron su solidaridad", declaró.

El rechazo de Rousseff al discurso victimista en la ONU y el apelo a la ciudadanía brasileña solo puede interpretarse como una declaración de intenciones. Su estrategia de lavar los trapos sucios en casa es la confirmación de que la batalla contra el "impeachment" acabará librándose en las calles de Brasil, un lugar en el que la izquierda ya ha demostrado su fortaleza.