Al papa Francisco le aconsejaron vivamente que durante su viaje a Myanmar (Birmania) no pronunciase en ningún momento la palabra rohinyá, en referencia a la minoría musulmana de este país en el que vive una mayoría budista. Habría molestado a sus huéspedes, al Estado Mayor militar y a la mayoría de los ciudadanos. Y Jorge Bergoglio no la ha pronunciado.

En economía y en política cuentan los resultados y no el eco de las televisiones o de los tuits. Y el resultado, por ahora provisional, es que el Papa católico de Roma, el jefe del Estado Vaticano, el líder ético mas cotizado del momento, es el único lider occidental que, sin tener intereses económicos o geoestratégicos en la zona, ha ido a Myanmar.

A decirle personalmente al general Min Aung Hlaing, el presidente de un Gobierno sometido a los militares y a una premio Nobel que no tiene capacidad de oponerse a la dictadura, el significado simbólico de la palabra rohinyá: “El futuro de Myanmar tiene que ser la paz, una paz fundada sobre el respeto de la dignidad de todos los miembros de la sociedad, sobre el respeto de todo grupo étnico y de su identidad, sobre el respeto del estado de derecho y democrático que permita a cada individuo y a cada grupo, nadie excluido, ofrecer su legitima contribución al bien común”.

Lo ha hecho con modestia, sin espadas ni trabucos ni guerras, como hacían los Papas del Renacimiento. Pero, sin pronunciar la palabra rohingyá, aunque diciendo lo mismo que habría dicho de haberla podido citar.

Sin libertad

Sabiendo como es Jorge Bergoglio, a buen seguro que en el encuentro, inesperado y a solas, con el general que manda en el país, el Papa le dijo que no pronunicaría la palabra, pero que todo el resto se lo diría igualmente. Porque un Papa no se calla. En público quizás, pero no en privado.

Así Francisco ha dicho a los birmanos algo que ningún habitante de aquel país podría decir, porque no tiene libertad para hacerlo, en el sentido que se entiende en Occidente. Si Pío XII lo hubiera hecho en Madrid, durante la dictadura franquista, le habrían echado de la Plaza Mayor, o a Juan Pablo II del Chile de Pinochet. Saber callar una palabra, pero ganar un discurso, es algo que solo los sabios son capaces de hacer.