Berlín se ha despertado este martes especialmente fría y silenciosa. Después del atentado terrorista en el que el lunes por la noche un camión se abalanzó contra el concurrido mercado navideño de Breitscheidplatz dejando hasta 12 muertos y 48 heridos, la capital alemana aún está conmocionada por este trágico suceso. “Todos sabíamos que tarde o temprano habría un atentado en Berlín pero por mucho que lo sepas nunca estas preparado para vivir algo así”, asegura Thomas Franken, vicario de la Iglesia Memorial del Kaiser Guillermo, mientras se prepara para oficiar la misa de luto.

La gris neblina de este día particularmente oscuro para Alemania coincide con una de las mañanas más heladas de los últimos meses. Pero aún así el intenso frío no ha evitado que cientos de personas se hayan acercado conmocionadas a la Breitscheidplatz y a las inmediaciones de este edificio histórico que ayer presenció el ataque terrorista más grave que ha sufrido la capital alemana. Una agresión que ha dejado en shock al país. “Los partidos de ultraderecha intentan utilizar este caso con fines políticos pero la Iglesia tiene que ser clara sobre esto, no creo que se trate de un ataque en contra del cristianismo. Esta gente quiere matar a tantos como puedan, ya sea en un mercadillo navideño o en un festival de verano”, sentencia Franken. Por suerte, nos comenta, los miembros de la iglesia no estaban reunidos durante el impacto del camión contra las casitas de madera que decoraban esta concurrida avenida comercial berlinesa.

Menos afortunado fue Eren, un joven de orígenes turcos de 19 años, que presenció el drama desde la parada de Currywurst, la tradicional salchicha berlinesa, en la que trabaja. “La gente vino corriendo hasta este lado de la plaza. Hubo muertos”, explica aún aturdido, escondiendo la mirada mientras llena de aceite las freidoras de este pequeño establecimiento ambulante situado a apenas cincuenta metros de la Breitscheidplatz. Para muchos será difícil de olvidar una escena que, a pesar de estar en alerta desde los atentados de París del año pasado, nunca imaginaban que podría suceder en la plácida capital alemana.

DUDAS, CONMOCIÓN Y FLORES

En la falda de esta famosa iglesia medio destruída por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial se congregan y pasan cientos de personas con el mismo rostro compungido por el dolor, desde locales que reprimen las lágrimas a turistas y medios de comunicación curiosos. En la escalera que da acceso a la nave principal reposa un ramo de flores, velas que guardan plegarias y un oso de peluche con lágrimas negras. “Es un sentimiento muy extraño. Hay atentados en todos sitios y para mi siempre es duro porqué parte de mi familia vive en Turquía y la mayoría de ellos cerca de la frontera con Siria. Pero que ahora pase aquí, en el lugar donde crecí y considero mi casa… es muy extraño”, asegura confundida Denise, una joven alemana de ojos azules y pelo dorado.

Las calles de la Kurfürstendamm, una de las avenidas comerciales más transitadas de la ciudad, están cortadas por la policía. La Iglesia Memorial del Kaiser Guillermo, una vez imponente y majestuosa, se esconde entre la niebla mientras reina un silencio nervioso. Dentro de una tienda de una gran marca de pantalones Siobhan, una joven dependienta, atiende a los escasos clientes que ofrece esta fría mañana. “Tenía que trabajar ayer por la tarde pero por suerte me cambiaron el turno. Me tranquilizó saber que no lo había vivido, que no había tenido que ver cuerpos muertos”, cuenta aún impactada por la noticia mientras cose un pantalón. “Es espantoso pero creo que esto vaya a cambiar nuestra manera de vivir. No quiero quedarme en casa porqué pueda haber otro atentado. Esto sería darle la victoria a los terroristas”, añade mientras observa la realidad de la calle a través del escaparate.