El soldado, entonces, tras matar unos cuantos enemigos, subió, subió y subió. Entre los cadáveres de los infieles, a través de los agujeros cañón en la muralla, clavando su espada santa y vengadora a cualquiera que se le pusiese por delante, siguió subiendo. Y al llegar arriba, sin despeinarse, porque las gestas heroicas son bonitas y no huelen a sudor, recibió unos cuantos flechazos.

Cayó. Pero mientras era abatido, por su patria, por su sultán, clavó al fin la bandera verde del Imperio Otomano sobre las murallas de Constantinopla. Las pantallas donde el héroe era proyectado estallaron de verde; y sobre el escenario, decenas de cohetes también verdes se dispararon al cielo nocturno para celebrar que ahora, 2020, 29 de mayo, hace 567 años exactos que Mehmet II el Conquistador acabó con el Imperio Romano de oriente, derrotó a los infieles, y estableció su capital en lo que a partir de entonces se llamaría Estambul. Era 1453.

“¡Tekbir! ¡Allakhu Akbar! ¡Tekbir! ¡Allakhu Akbar! ¡Allah, Bismillah, Allakhu Akbar!”, gritaban los espectadores de la representación al unísono, cerca de unas 500 personas. Todas miraban en la misma dirección: tras el escenario y el espectáculo, muy patriótico pero poco fiel a la historia, se levantaba, majestuosa, Santa Sofía. Ese era su objetivo y su objeto de deseo.

CODICIADA POR TODOS

Santa Sofía fue construida en el 537 D.C. como una catedral y fue, durante casi 1.000 años, el edificio más grande del mundo. En 1453, cuando Mehmet II la toma, la reconvierte en mezquita. No sería hasta 1931 Mustafa Kemal Atatürk acabó con el Imperio Otomano en 1923 y fundó la República de Turquía, un país secular cuando Santa Sofía tomaría su estatus actual: ahora es un museo.

No puedo aceptarlo. Nos la cerraron y nos prohibieron rezar ahí. Pero que no se preocupen. Los sionistas y los griegos estarán en contra, pero Santa Sofía será una mezquita de nuevo. Claro que sí. Estoy seguro, y lo será muy pronto. Que lo sepan: esto ya no es Turquía. Estamos volviendo al Imperio Otomano”, dice Fahrettin, que ha atendido con su mujer la celebración.

PRESIÓN POLÍTICA

Así, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que proyecta sobre sí mismo y su mandato, a modo de legitimación, el pasado otomano de Turquía, ha estado, durante las últimas semanas, subiendo el tono sobre Santa Sofía: Erdogan insiste cada vez más y más en reconvertirla en mezquita. Tiene su lógica: sirve perfectamente para que se hable cada vez menos de la crisis del coronavirus y de los problemas económicos que provoca y provocará en el país anatolio.

De momento, sin embargo, todo habían sido solo palabras. Hasta este viernes: por primera vez en la historia de Turquía, se leyó la Surah de la conquista dentro de Santa Sofía, y por tercera vez, se celebró un rezo en el interior. Para pena de los presentes en la celebración en la plaza de enfrente, el rezo no fue cara al público.

Pero entre los más fanáticos de Erdogan, la esperanza es lo último que se pierde: Santa Sofía es ahora un museo porque antes no había democracia en Turquía dice Feyza. Pero Erdogan nos la ha traído de vuelta y, gracias a él y al gran líder que es, veremos cumplido el sueño de todo musulmán. Santa Sofía tiene que ser una mezquita sencillamente porque es nuestra. Porque su arquitectura es nuestra. Santa Sofía es nuestra.