Shinzo Abe será el primer ministro japonés más longevo después de la previsible y aplastante victoria en las elecciones de este domingo. La coalición gubernamental formada por su Partido Liberal Demócrata y Nuevo Komeito ya habían obtenido 236 de los 465 asientos de la Cámara baja del Parlamento a media tarde y las proyecciones de los medios nacionales apuntaban a que rondarán la llamada “supermayoría” de dos tercios. Los resultados definitivos no se conocerán hasta la primera hora del lunes.

Abe convocó los comicios el mes pasado para aprovechar un contexto favorable. Por un lado, la descomposición de los partidos rivales. Por el otro, el repunte en su popularidad por su actitud férrea frente a Corea del Norte después de que un par de escándalos de corrupción la hubieran hundido. Su plan de conseguir una victoria rotunda que le permita llevar a cabo las discutidas reformas constitucionales parece cumplido.

Las elecciones confirman el fracaso del Partido de la Esperanza, que apenas alcanza la cincuentena de escaños. La formación de la gobernadora de Tokio, Yuriko Koike, ha perdido la fuerza que tenía cuando nació un mes atrás y parecía una sana alternativa a los dos partidos clásicos. Koike, tan conservadora como Abe y más populista, desechó la idea de presentarse y pasó el domingo electoral en París. Los votantes de derechas se han decantado por la opción conocida en un momento global inquietante por la amenaza de Corea del Norte. Tampoco estas elecciones rescatarán al Partido Constitucional Demócrata a pesar de que sus resultados son ligeramente mejores al pronosticado desastre. Los progresistas acumulan años en un proceso autodestructivo sin que se adivine la salida.

“Debo responder a esta victoria con humildad. Los votantes nos han dado una mayoría. Es la voz del pueblo japonés, diciéndonos que tenemos que profundizar en nuestras políticas y conseguir resultados”, ha dicho el primer ministro tras escuchar las encuestas que certifican su triunfo.

COREA DEL NORTE, CHINA Y TERRORISMO

La supermayoría, en el umbral de los 310 asientos, le permitiría emprender la modificación de la ejemplar Constitución pacifista de Japón. El líder, un reconocido ultranacionalista, ha aludido al creciente desafío norcoreano, al auge chino y al terrorismo internacional para convencer a su pueblo de que es imprescindible un Ejército más poderoso. La cuestión sigue dividiendo sin remedio a una sociedad que ha acabado sintiéndose orgullosa de la Constitución impuesta por Estados Unidos tras la segunda guerra mundial. Solo la eterna incapacidad de la oposición explica que Abe encadene victorias electorales cuando su política armamentista o su defendido regreso de la energía nuclear tras la pausa post-Fukushima van contra la opinión pública mayoritaria. Abe es percibido como un hombre fuerte, resolutivo y muy diferente a la media docena de anodinos primeros ministros que ocuparon el sillón antes que él sin dejar legados apreciables.

El dirigente dispondrá de otro mandato para solucionar problemas enquistados como una economía gripada durante dos décadas, la escasez de mujeres en el mercado laboral o el envejecimiento de la población.