Con un sentimiento de incertidumbre y, al mismo tiempo, de esperanza votaron ayer los tunecinos para elegir a su futuro presidente de la República. Lo hicieron desde la normalidad y la madurez democráticas, pero con un elevado porcentaje de abstención. En el voto estaba muy presente la imagen de la Revolución de los jazmines que descabezó el régimen dictatorial de Ben Alí, a quien el pueblo envió al exilio de Arabia Saudí tras unas inéditas movilizaciones sociales que hicieron de Túnez una excepción de todo el norte de África. El resultado oficial no se conocerá hasta mañana.

La crisis económica y social que movilizó entonces a los revolucionarios sigue persistiendo en un país con altas bolsas de desempleo.

A ojos de los analistas, esta realidad explica la parca participación electoral. De los alrededor de siete millones de votantes tunecinos que fueron llamados a acudir a las urnas, únicamente lo hizo un 45%, según explicó a este diario Hasna Ben Alimane, miembro del consejo de la Instancia Superior Independiente para las Elecciones (ISIE).

INCÓGNITA / Los sondeos vaticinan dos grandes favoritos. Uno es Nabil Karaoui, el Berlusconi tunecino por su conocida faceta de magnate audiovisual. Un liberal en prisión desde el pasado julio, acusado de «blanqueo de dinero y fraude». Los juristas aún no han definido qué puede pasar a partir de ahora con un presidente elegido en la cárcel.

El otro es el jurista Kais Said, cuyo lenguaje directo ha convencido a los más jóvenes.

Otros candidatos con posibilidades en estas elecciones son el laico Youssef Chahed, exjefe de gobierno; el islamista Abdelfatah Mourou y el exministro de Defensa, Abdelkrim Zbidi, del partido liberal Nida Tounes.

El vencedor de estos comicios tiene como reto acabar con la sensación de parálisis que vive el país, además de combatir la corrupción y mitigar la desafección popular a los ocho años de la Revolución.