La condena al antiguo jefe militar de los serbios de Bosnia, Ratko Mladic, es un triunfo de la justicia universal, de que existen crímenes que por su gravedad no pueden ser amnistiados y de que deben de perseguirse en todo el mundo. Mladic pasará el resto de su vida en la cárcel por tres de esos crímenes: genocidio (el tribunal considera probado que lo hubo en Srebrenica en julio de 1995), crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad en el resto de Bosnia-Herzegovina.

España, uno de los países que se ha felicitado por la sentencia, limitó en dos ocasiones -una con el PSOE, en el 2009, y otra en el 2014, con el PP- la capacidad de nuestra justicia de investigar y procesar delitos bajo los principios de la justicia universal. Antes del hachazo, la Audiencia Nacional persiguió los crímenes del chileno Pinochet, algo que resultó clave para su detención en Londres. También actuó en el caso del militar argentino Adolfo Scilingo, condenado en España a 640 años de cárcel por crímenes contra la humanidad. Pero lo que ya no gustó al PSOE y al PP es que la justicia española se interesara por los crímenes en el Tíbet. Estaba en juego la relación con China, la segunda potencia económica mundial después de Estados Unidos.

Mladic es un asesino responsable de más 100.000 muertos y de miles de violaciones. Merece la cárcel, como la merece Radovan Karadzic, su jefe político, y como la merecían los ya difuntos presidentes de Serbia, Slobodan Milosevic, y Croacia, Franjo Tudjman. El Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY) cierra sus puertas el 31 de diciembre con el trabajo judicial hecho, más allá de algunos casos concretos que podrían ser discutibles.

La justicia se aplica mejor a aquellos que pierden una guerra o son descabalgados del poder por algún tipo de revolución. La victoria te erige en juez y redactor de la historia. Es lo que pasó en España durante el franquismo. Es más fácil ver un Mladic en el ojo ajeno que un Franco en el propio. La persistencia de más de 111.000 desaparecidos sigue siendo un crimen de guerra. La desaparición forzada no prescribe, no es amnistiable.

¿Qué es lo que celebramos con Mladic? Los acuerdos de Dayton que pusieron fin en diciembre de 1995 a 44 meses de guerra en Bosnia-Herzegovina. Contaron con el apoyo político de los principales miembros de la OTAN, los mismos países que impulsaron en la ONU la creación del TPIY. Además de acallar las armas, ¿lograron la paz?

Dayton ni siquiera tuvo la decencia de aplicar una justicia poética. La martirizada Srebrenica quedó en el lado de la Republica Srpska (entidad serbia de Bosnia-Herzegovina) aceptando una ganancia territorial para los genocidas. Sucedió lo mismo en Foca, capital de las violaciones de miles de mujeres: quedó en el mapa de los violadores. Esa paz sin principios es la causa de que Bosnia siga atrapada en un círculo de dolor, impedida para funcionar como país.

El obispo sudafricano Desmond Tutu, premio Nobel de la Paz en 1984, se pregunta por qué no se persigue, cuanto menos por crímenes de guerra, a George W. Bush, Tony Blair, Donald Rumsfeld y otros destacados halcones. La invasión ilegal de Irak, basada en mentiras sobre las armas de destrucción masiva de Sadam Husein, ha causado la muerte violenta a más 200.000 civiles, cifra que la revista médica The Lancet multiplica por tres al tener en cuenta el impacto de la guerra en el sistema de salud.

Un buen fiscal podría imputarles también por la guerra civil en Siria, un efecto colateral de Irak. Ahí, los muertos superan los 480.000. Son muchos más que los causados por Ratko Mladic. Y hay más crímenes: los del Mediterráneo, por ejemplo.

Finalizado el TPIY, los delitos incluidos en los principios de la justicia universal pasan a la Corte Penal Internacional (CPI), también en La Haya. Fue creada en Roma en 1998 con 120 votos a favor, 21 abstenciones y siete en contra. Entró en vigor el 1 de junio de 2002. Entre los que votaron en contra están EEUU, Israel y China. Rusia retiró su firma después para protegerse de lo ocurrido en Ucrania. De los 22 casos investigados por la CPI, todos son africanos.

El general Mladic merece pudrirse en el infierno, pero no debería estar solo. Uno de los principios de la justicia universal, que nace como necesidad de rehabilitación ética tras la segunda guerra mundial, es la persecución global de los delitos más graves. El objetivo es transmitir a todo tipo de psicópatas el mensaje de que nunca estarán seguros, ni siquiera en sus fronteras. Bosnia-Herzegovina y Serbia han cerrado un capítulo de su historia, ahora nos toca a nosotros. ¿Empezamos por España?