Moataz tiene seis años y ve el mar por primera vez. Coge un flotador y se lanza a las aguas verdes de la playa de Tel Baruch, en Tel Aviv. “Estoy muy contento, me gusta mucho el mar”, dice con una sonrisa tímida. Su madre, Mura, tiene 30 años y hasta hoy no había estado nunca en la playa, aunque vive a menos de 50 kilómetros de la costa, en un pequeño pueblo del sur de Hebrón, en Cisjordania.

El trayecto, teniendo en cuenta las sinuosas carreteras de la zona, no debería de durar más de una hora. Pero los controles militares israelís pueden convertirlo en una odisea.

"Todo es muy difícil por la ocupación (israelí de los territorios palestinos)”, lamenta Mura. Para llegar al mar, los palestinos de Cisjordania, ocupada desde 1967, necesitan un permiso de entrada en Israel que muchos no consiguen.

Mura y su hijo lo han obtenido gracias a la oenegé Min el Bahar (Del Mar, en árabe), que cuatro mujeres israelís crearon hace diez años. Del cuarteto fundador resisten Tzvia Shapira y Rachel Afek y a ellas se sumaron en el camino Riki Skahed-Trainin y Amira Ityel. Todas pertenecen a la asociación "Machsom Watch", que denuncia abusos contra palestinos en los controles militares.

FIESTA DE CUMPLEAÑOS

En una ocasión, Tzvia invitó a su casa, en Israel, a dos familias palestinas para el cumpleaños de su nieta. Tras la fiesta, uno de los padres palestinos pidió llevar a sus hijos a la playa porque nunca habían visto el mar. Los palestinos disponen de la pequeña costa de Gaza, pero entre la franja y Cisjordania no hay conexión territorial e Israel no autoriza la entrada en Gaza de palestinos que no residan allí, salvo excepciones.

Tzvia reparó entonces en que los niños de Cisjordania viven a unos pocos kilómetros del Mediterráneo, pero nunca se han podido bañar en sus aguas ni construir castillos en la playa.

“Así empezó todo. Estas visitas son lo mínimo que podemos hacer. El principal problema es la ocupación, hay que intentar romper este bloqueo y acabar con la demonización que nuestro Gobierno hace de los palestinos”, explica Tzvia, que nació hace 74 años en Israel y es hija de supervivientes del Holocausto de Polonia y Letonia.

"La mayoría de los israelís no ve el sufrimiento de los palestinos, los consideran terroristas. Los judíos hemos sufrido la deshumanización y ahora hacemos lo mismo con ellos”, asegura Tzvia. “Somos responsables de la ocupación, algunas noches me cuesta dormir por la culpa que siento”, confiesa. “En estos años (de proyecto) he visto mucha felicidad en la playa, pero conozco toda la tristeza que hay detrás”, añade.

GRUPO DE BEDUINOS

Tzvia, sus compañeras -casi todas de más de 60 años- y voluntarios más jóvenes atienden hoy a un grupo de palestinos beduinosque disfrutará de una jornada de playa y talleres en Tel Aviv y Jaffa.

Les ofrecen agua y bocadillos y luego reparten flotadores a los pequeños para que se bañen. Muchos de ellos lo hacen vestidos porque la comunidad beduina es muy conservadora.

La mayoría de los recién llegados no ha estado nunca en la playa. Las organizadoras -algunas se defienden bastante bien en árabe- invitan a niños palestinos de diversas localidades en verano. Cada temporada llevan al mar a unos 1.400 menores de entre 4 y 15 años acompañados por sus madres.

Al poner los pies en la playa, los pequeños miran hacia el agua con una mezcla de alegría y temor

Al poner los pies en la playa, los niños miran hacia el agua con una mezcla de alegría y temor. Los más atrevidos se meten rápido, chapotean y ríen a carcajadas. Los temerosos se sujetan a voluntarios que les ayudan y entran despacito. Pero pasado un rato, no hay quien los saque del agua.

“Para los palestinos, el mar no es solo el mar, es un símbolo de esperanza”, señala Riki, y recalca que llevar niños palestinos a la playa es “un acto político”.

ISRAELÍS SIN ARMAS

“Pretendemos crear un espacio donde las dos partes se puedan ver como seres humanos. Es la primera vez que estos niños ven a israelís sin uniforme ni armas y que no son colonos, ven que los israelís también tienen rostros humanos”, indica Riki.

“Una vez, en unas rocas de la playa había una bandera israelí y un niño palestino me preguntó si estábamos en un asentamiento (israelí en territorio ocupado). Tienen mucho miedo a los colonos”, explica Riki, para quien “todo el mundo tiene derecho a estar en el mar”.

Las actividades de “Min el Bahar” se llevan a cabo gracias a las contribuciones de donantes privados que recogen en su página web y al apoyo de 600 voluntarios.

“Llevo dos semanas colaborando. Un día me estaba bañando aquí y llegó un grupo de palestinos. Se pusieron a tocar la darbuka (instrumento de percusión) y me sentí atraída por la música. Salí, me acerqué y descubrí el proyecto”, explica una maestra israelí de origen argentino que ahora es voluntaria de la iniciativa. Provocar cambios en los israelís es otro de los objetivos de “Min el Bahar”.

ESTEREOTIPOS

Para Rachel, una de las fundadoras del proyecto, "la lección más importante ha sido conocer a los palestinos”. “Tenemos estereotipos y miedos, hay que acabar con ellos. Cuando lo haces, te sientes como una persona nueva”, asegura.

“Tardamos dos años en darnos cuenta de que los palestinos que venían al mar no sabían quienes éramos. Creían que se trataba de cristianos de Europa. Cuando les contamos que éramos israelís nos preguntaron: ¿Y por qué hacéis esto?”, recuerda Riki.

"Lo hacemos porque nos sentimos culpables del comportamiento de nuestro gobierno, nuestro Ejército y la política de Israel, y no sabemos qué hacer con nuestra culpa. Un día, nuestros nietos nos preguntarán qué hicimos contra la ocupación”, sentencia Tzvia.