Tras 18 años de guerra ininterrumpidos, el período más largo de conflictos solapados en la historia del país, la Administración de Donald Trump tiene planes para reducir a la mínima expresión los militares estadounidense en Afganistán y Siria. Al igual que su predecesor, el republicano prometió acabar con las costosas intervenciones en el extranjero, una promesa que está cumpliendo a medias, dado que mantiene a 5.200 soldados en Irak y ha puesto en el punto de mira a la Venezuela de Maduro. De momento, no son más que amenazas porque los estadounidenses están saturados de conflictos y libran otra guerra en casa, difusa y silenciosa. De heridas invisibles y pequeñas esquelas en los diarios. Una guerra que se cobra más víctimas anuales que todos los frentes de batalla juntos.

Cada día se suicidan en EEUU 20 veteranos del Ejército, algo así como 7.300 cada año, cifra algo superior a todos los soldados caídos en las guerras que comenzaron en el 2001 tras los atentados del 11-S. La incidencia es mayor entre los jóvenes de entre 18 y 34 años, aunque el problema afecta a ambos géneros y todos los grupos de edad. De hecho, al compararse con el resto de la sociedad, las veteranas se quitan la vida 1.8 veces más que las mujeres civiles, mientras que entre los hombres el ratio es de 1,4 a favor de los que sirvieron en el Ejército.

En casi el 70% de las ocasiones utilizan un arma de fuego. «Ahora se le está prestando atención, pero es un problema que arrastramos desde el principio del conflicto», dice Lindsay Rodman, portavoz de Veteranos de América de Irak y Afganistán (IAVA), una organización con unos 400.000 miembros.

Desde que comenzó la llamada «guerra contra el terror» en el 2001, el número de suicidios ha aumentado un 35%. «Muchos de los que sirvieron en Afganistán e Irak se cuestionaban por qué estábamos allí y eso acaba teniendo un coste cuando te piden que hagas ciertas cosas», dice Rodman. «Además, el combate es siempre traumático».

Las guerras del Pentágono de las últimas dos décadas han sido mucho más devastadoras para los países donde se libraron que para EEUU. Según un estudio de la Universidad de Brown, casi medio millón de afganos, iraquís y pakistanís han muerto en los conflictos, incluidos más de 240.000 civiles. EEUU ha perdido unos 7.000 militares y un número algo superior de contratistas. La factura para sus contribuyentes ha rondado los 6 billones de dólares. A eso hay que sumarle las secuelas que han dejado los conflictos en una parte de los veteranos que participaron en ellas, ejemplificadas por los miles de suicidios anuales.

Los estudios de los últimos años han despejado parte de la bruma que rodea al fenómeno, pero sigue siendo un rompecabezas complejo en el que intervienen multitud de factores. El riesgo es mayor cuando se ha servido en zonas de guerra y se arrastran algunas de sus secuelas, como el estrés postraumático (PTSD) o el traumatismos cerebral, pero un número significativo de los veteranos que se quitan la vida nunca han estado en el frente. «Dificultades financieras, problemas legales, problemas de pareja… Son muchas las situaciones que generan estrés y pueden derivar en crisis mentales», asegura la portavoz de IAVA.

AÑOS MÁS CRUDOS / La transición a la vida civil puede ser muy compleja. Jason Secrest es mayor en la Guardia Nacional, el cuerpo de reservistas del Ejército. Pasó un año en Irak en misiones de reconocimiento; otro en Afganistán formando a las fuerzas de seguridad locales; y un tercero en el Sinaí como parte de la fuerza multinacional que preserva la paz entre Israel y Egipto. «En la guerra ves cosas que la gente no debería ver. Ves a tus amigos muertos y heridos, matas a gente, vuelas edificios y al volver a casa tienes que hacer vida normal, pasas enseguida de un extremo al otro», dice Secrest en un local de la Legión Americana en Washington, la organización de veteranos más antigua del país.

Su generación ha sido más afortunada que la que combatió en Vietnam. Nadie escupe por la calle a los veteranos de hoy ni les llaman «asesinos de niños». Sobre el papel los estadounidenses está volcados con sus «héroes de guerra», pero en la práctica la reinserción civil sigue siendo difícil. El paro entre los veteranos es bajísimo, por debajo del 4%. Pero una encuesta entre aquellos que sirvieron en las guerras posteriores al 11-S, casi tres millones, sostiene que el 37% tiene empleos por debajo de su potencial.

«Las empresas tienen que estar dispuestas a dedicarles un tiempo extra para formarlos», dice Rodman desde IAVA. A otras les preocupa que puedan ser mentalmente inestables.

Decenas de miles de veteranos acaban viviendo en la calle. Hay cerca de 40.000 sintecho, cifra que ha bajado por la abundancia de empleo. «Se sienten tan aislados que no quieren estar con otra gente o no se sienten capacitados para tener un trabajo. Optan por salir de la sociedad. Son sobre todo los veteranos más mayores», dice Secrest. Entre todos los veteranos, el 25% tiene algún tipo de invalidez, 41% en el caso de los que sirvieron en las Guerras del Golfo en los noventa.