El apoyo incondicional de Theresa May desde los tiempos de la universidad es Philip, su marido. Ayer estuvo a su lado durante el breve discurso final, con el que May se marchó de la residencia oficial de Downing Street. Juntos caminaron después hacia el coche oficial, que debía conducirles al Palacio de Buckingham para presentar su renuncia a la reina. No hay ceremonia más dura para un primer ministro británico que este traspaso de poderes ante las cámaras del mundo. Las últimas palabras de May, sin lágrimas esta vez, fueron para desear buena suerte a su sucesor, Boris Johnson, «porque sus éxitos serán los de nuestro país, y espero que haya muchos». Pero también advirtió de la importancia de que el brexit se resuelva de forma adecuada para el país. «La prioridad inmediata es completar nuestra salida de la Unión Europea de una forma que funcione para todo el Reino Unido»,dijo.

En los Comunes, poco antes, la aún primera ministra celebró su último turno de preguntas y respuestas. En sus intervenciones, conservadores y miembros de la oposición alabaron su «integridad», «dedicación» y «entrega al servicio público». La veterana laborista Harriet Harman le recomendó con cariño que la próxima vez tenga cuidado de quien toma su mano, en alusión a Donald Trump. La ahora exprimera ministra prometió que, como diputada, apoyará a su sucesor, el mismo que torpedeó continuamente su mandato durante los tres años y once días que ha durado, como recordó un parlamentario. Un tiempo estéril. El balance de May es desastroso. El brexit acaparó por completo su agenda y se ha ido sin resolverlo.