La anodina burócrata Carrie Lam parecía en el 2017 un saludable relevo al levantisco Leung Chun-ying, que había monopolizado los odios en la Revuelta de los Paraguas dos años atrás. Prometía diálogo y generosas inversiones sociales para "resucitar la esperanza de las nuevas generaciones" y subrayaba la paz como prioridad. Hoy soporta las mayores manifestaciones en la historia de Hong Kong y los menores índices de popularidad de la era postcolonial, los antigubernamentales contestan sus invitaciones a negociar exigiendo su cabeza y es dudoso que conserve la confianza de Pekín. Lam, artífice de la peor crisis social en China en tres décadas, está amortizada.

No hay compasión de los activistas con Lam. Protagoniza muchos de sus degradantes cánticos y es caracterizada como Pinocho, junto a esvásticas o besándose con el presidente chino, Xi Jinping. Ni sus desesperados llamamientos al sosiego, ni las aclaraciones de que la polémica ley de extradición está "muerta" ni sus tercas disculpas con ojos vidriosos han limado el odio. "Son lágrimas de cocodrilo. No nos fiamos de ella, nos ha ignorado demasiado tiempo y no nos representa. Brindaré cuando se marche", relataba la veinteañera Jennifer durante la reciente huelga general.

Será el inesperado broche a una carrera de éxito. Lam, cuarta de cinco hermanos, creció en uno de los ínfimos pisos del céntrico y populoso distrito de Wanchai. De su paso por un colegio católico ha recordado que lloró en la única ocasión en que no fue la primera de la clase. En la Universidad De Hong Kong alternó los codos con el activismo social, recordado estos días en la prensa local con fotos en manifestaciones con su peinado a cepillo y gruesas gafas. Estudió un postgraduado en Harvard y regresó a Hong Kong para volcarse en una carrera funcionarial cocinada a fuego lento que le ha llevado por 21 cargos en 39 años.

DE FIRMES CONVICCIONES

Lam ha coleccionado apodos, desde el obligado "Dama de hierro" a los misóginos "niñera" o "enfermera" por apagarle los fuegos a sus compañeros varones. No se discute su inteligencia, su dedicación (no duerme más de tres o cuatro horas) ni unas convicciones firmes que lindan con la arrogancia. En el 2007, ya como segunda del Gobierno, se enfrentó a los manifestantes que pretendían conservar un muelle de la época colonial: ignoró vigilias y huelgas de hambres y envió a la piqueta. Su tacto escaso ha generado tormentas. Defendió la subida de la edad de jubilación alegando que trabaja 10 horas a sus 60 años y recientemente desdeñó a los activistas como "revoltosos".

Tampoco faltan episodios que embellecen biografías: como responsable del área social estimuló un fondo privado para ayudar a los huérfanos de la epidemia del SARS en el 2003 y durante la Revuelta de los Paraguas dialogó con los jóvenes cuando solo recibían desprecios de su superior. Finalmente asumió que solo estaban de acuerdo en que estaban en desacuerdo.

En el 2017 fue elegida como jefa ejecutiva con 777 de los 1.200 votos del comité que representa a gremios y organizaciones sociales. A Pekín le atraía su reputación de eficaz burócrata y la isla recibía a la menos mala de las opciones tras desembarazarse de Leung. El disgusto emergió pronto cuando Lam orilló el cantonés por el mandarín en su discurso de investidura. Sus ditirambos dedicados a Xi apuntalaron las acusaciones de títere de Pekín. Son tan indiscutibles como injustas: no lo es menos que sus predecesores ni lo será menos que sus sucesores porque no es un problema de nombres sino de sistema.

REACCIÓN TARDÍA

Lam exprime su jornada para atender personalmente las cartas de los ciudadanos. Dos años atrás aprobó el pago de un oneroso tratamiento a una mujer con parálisis que le había suplicado ayuda. A principios de año recibió cinco cartas de una madre desesperada: su hija había sido asesinada en Taiwán y el culpable, detenido en Hong Kong, no podía ser juzgado por asesinato allí porque la ley local no contempla su envío. El resto es historia. Lam sacó adelante la ley de extradición sin consultar a Pekín ni a sus socios de Gobierno, desoyó las primeras manifestaciones como hizo con el muelle y su rectificación final, ya con la isla levantada en armas, fue considerada escasa y tardía.

En su programa social ha habido más buenas intenciones que resultados. No ha podido o querido embridar a los magnates inmobiliarios con fuertes lazos con Pekín y su elefantiásico proyecto de viviendas sociales en terreno ganado al mar ha sido criticado por su coste. La congelación de los salarios impide el acceso a la vivienda a unos jóvenes que no se sienten representados por una jefe ejecutiva con ingresos anuales de 600.000 euros y casa oficial.

CHARLA DIVULGADA

Los antigubernamentales la atizan sin piedad y Pekín no le ahorra el tormento, no se sabe si como purga por incendiarle la excolonia o para negarle la victoria a los activistas. Investigaciones periodísticas han revelado que Pekín ha rechazado sus súplicas de dimisión y sus sugerencias de ceder en las exigencias menos utópicas de los manifestantes para devolver la paz social. En una charla ante empresarios revelada esta semana por la agencia Reuters repite que le gustaría marcharse tras una profunda disculpa por el "profundo caos" provocado.

Es improbable que Lam disfrute en breve de su jubilación soñada con su marido en su mansión de la campiña inglesa. Su salida anticipada exigiría un proceloso y áspero proceso de sustitución cuando Pekín tiene el cupo de problemas cubierto con la guerra comercial, la declinante economía y las elecciones en Taiwán. Es más probable que estos días lamente haber desoído aquel consejo que recibió cuatro décadas atrás sobre cómo lidiar con los estudiantes cuando fue elegida delegada de curso: "No intentes controlarlos. Inspíralos".