"Yo soy Beirut", decía Ninette en la novela Inshallah de la periodista italiana Oriana Fallaci, "soy una derrotada que se niega a rendirse, una moribunda que se niega a morir, soy un gallo enloquecido que canta a horas equivocadas, un perro vagabundo que ladra en la noche". Beirut es el ruido de cristales rotos entre las órdenes de los jóvenes a cargo de las labores de limpieza. La devastación de la capital libanesa tras la explosión ocurrida en el puerto y que ha dejado ya 137 muertos, 5.000 heridos y cientos de desaparecidos recuerda al escenario de la novela, en plena guerra civil. También entonces su gente limpiaba las calles. Enfrentadas a la devastación económica -las pérdidas ya ascienden a 15.000 millones de dólares-, las autoridades libanesas solo han hecho acto de presencia este jueves para recibir al presidente francés Emmanuel Macron, una actitud que ha reavivado la ira social contra el Gobierno.

Macron ha sido testigo de la indignación ciudadana durante su visita al barrio de Gemmayze, devastado por la tragedia y donde se ha enfrentado a una multitud furiosa con una clase política a la que acusa de corrupción y negligencia. "El pueblo quiere que caiga el régimen", han coreado los manifestantes. El presidente francés, que se ha ofrecido a organizar la cooperación internacional con el Líbano, ha prometido que la ayuda no caerá en "manos corruptas" y ha urgido a las autoridades a emprender las "reformas indispensables" y un "nuevo pacto político" para evitar el "hundimiento" del país. Los vínculos entre ambos países -el Líbano se independizó de Francia en 1943 tras 25 años de dominio colonial- explican la movilización de recursos adicionales desde Francia en los próximos días y la rápida respuesta de Macron. "Líbano no está solo", ha tuiteado el presidente en árabe y en francés. Entre las víctimas mortales se encuentran un arquitecto francés y un diplomático alemán, y una cuarentena de ciudadanos galos resultaron heridos por la explosión.

Las autoridades del Líbano llevan desde el martes lamentándose, tras la explosión en el puerto de Beirut causada presuntamente por 2.750 toneladas de nitrato de amonio almacenado desde hacía seis años sin las medidas de seguridad adecuadas. Pero por las calles de Beirut no se encuentra nada parecido a un Estado. "La capacidad financiera del Estado es muy limitada, igual que la del Banco Central y los bancos. No nadamos en dólares", ha declarado el ministro de Economía Raoul Nehme a Sky News Arabia. Según el gobernador de Beirut, las pérdidas económicas alcanzarían los 15.000 millones de dólares en la ciudad. Unas 300.000 personas se han quedado sin hogar y los bancos libaneses siguen reteniendo el dinero de la ciudadanía, que reclama acceso urgente a sus fondos para cubrir los gastos médicos y reconstruir sus hogares destruidos.

33 MILLONES DE LA UE

En un país que importa el 80% de sus productos, perder la infraestructura del puerto es prácticamente una sentencia de muerte. Por eso, las autoridades libanesas imploraron ayuda internacional desde el primer momento para salvar una economía que ya antes sobrevivía agonizante al borde del colapso. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, ha anunciado la movilización de 33 millones de euros para ayuda de primera necesidad. Bruselas ha respondido a la llamada del primer ministro, Hasán Diab, con el despliegue inmediato de un centenar de bomberos especializados en tareas de búsqueda y rescate, vehículos, perros y equipamiento médico de emergencia y el ofrecimiento de equipos adicionales para la detección de sustancias químicas, biológicas, radiológicas y nucleares.

Las autoridades libanesas han decretado dos semanas de estado de emergencia en Beirut. Una población furiosa e indignada por la ausencia de ayudas públicas solo lo ve como una estrategia para frenar las protestas que se están cociendo ante la inacción y la negligencia de su clase política. Con una escoba en la mano, el joven de 30 años, Mohamed Suyur, denuncia que sus líderes "estan sentados en sus sillas con aire acondicionado mientras la gente esta exhausta en las calles". "Este pais y sus habitantes es lo ultimo que les importa", anade. "No lo soportamos mas. Todo el sistema debe caer. No debe quedar uno".

Poco más tienen que perder los libaneses. Hartos de los discursos sobre su innegable resiliencia -han sobrevivido guerras civiles, invasiones, atentados, crisis económicas, explosiones-, la sociedad civil lleva organizada desde las protestas iniciadas en octubre contra el sistema sectario, la corrupción y el clientelismo de su clase política. Esta vez el escenario es distinto. Sus calles jamás habían estado tan irreconocibles, ni en la guerra civil (1975-1990) que enfrentó a las sectas que integran el país. La solidaridad entre la ciudadanía está funcionando, por ahora, en la respuesta inmediata a la catástrofe. Pronto toda esta rabia tiene que transformarse en un cambio. Ellos son Beirut, "derrotados que se niegan a rendirse".