Todo se desarrollaba según lo previsto. Desde un majestuoso escenario, presidido por una enorme águila bicéfala, el escudo de armas ruso, y flanqueado por banderas nacionales tricolores, el presidente Vladímir Putin pronunciaba el pasado miércoles su discurso anual sobre el estado de la nación centrándose en los temas recurrentes de siempre: inversiones, gasto social, puyas a Occidente, alarde de vanguardistas armas de las que "carecen" los demás.... Entre la audiencia presente en al centro Manezh, un solemne edificio de fachada neoclásica junto a las murallas del Kremlin, diputados, senadores y altos cargos del país seguían con mayor o menor atención las palabras de su líder, permitiéndose en algunos casos una furtiva cabezada.

De repente, transcurrido casi una hora de parlamento, cayó la bomba: "Conversaciones sobre la reforma de la Constitución están desarrollándose, y querría expresar mi posición". La cámara enfocó en ese momento al aún jefe del Gobierno Dmitri Medvédev, sentado junto a Valentina Matviyenko, presidenta del Senado, quien tomaba notas, y Vyacheslav Volodin, su homólogo en la Cámara baja. El primer ministro, con cara de circunstancias, respiró hondo y se dispuso a escuchar las palabras que pondrían fin a su prolongado mandato.

ENMIENDAS CONSTITUCIONALES

En primer lugar, el jefe del Estado proponía declarar en la Carta Magna su preeminencia sobre la legislación internacional; tras los aplausos de rigor, demandaba vetar constitucionalmente la posibilidad de que los altos funcionarios detenten pasaportes o residencias en el extranjero. Y así hasta una decena de enmiendas a la ley fundamental, entre las que destacan la devolución al Parlamento de la capacidad de nombrar al primer ministro y a su equipo, y la mención constitucional del Consejo de Estado, un órgano consultivo, y su consideración como agencia del Gobierno. Finalizado el acto, y transcurridos solo unos minutos, Medvédev anunció la dimisión en bloque del Ejecutivo ante la nueva situación creada.

El discurso sacudió hasta sus cimientos las bases de la inmovilista política doméstica de Rusia. "Comienza la transición.... será una sucesión de Putin a Putin", valoraba telefónicamente Dmitri Oreshkin, comentarista y colaborador en la emisora Eco de Moscú. El presidente, al que la actual Carta Magna no le permite presentarse a la reelección en el 2024, comenzaba a resolver el rompecabezas de cómo mantendría su influencia en los asuntos de Estado una vez acabe su mandato.

"Putin contempla dos variantes principales para sucederse a sí mismo: por un lado convertirse en primer ministro, como ya ocurrió en el 2008, esta vez con poderes reforzados constitucionalmente, y por otro presidir el Consejo de Estado con un rol fijado tambien por la Constitución", sostiene Oreshkin. Por edad -el presidente se acerca ya a la setentena- las quinielas de los kremlinólogos se inclinan hacia este segundo escenario, menos exigente al estar menos vinculado al día a día.

MOMENTO ESCOGIDO

El momento escogido para dar inicio al proceso, cuando aún quedan cuatro años para las elecciones presidenciales, está muy vinculado al creciente descontento entre la ciudadanía, baqueteada por años de crisis y caídas en los ingresos reales, sostienen los expertos. "Si la transición empieza más tarde, (Putin) podría perder el control", afirma Andréi Kortúnov, director del Consejo Ruso para los Asuntos Internacionales.

En el 2021, los rusos elegirán una nueva Duma, "y ya se sabe que Rusia Unida (el partido oficialista) no logrará una mayoría cualificada", augura para EL PERIÓDICO, recordando a la vez lo que ya está sucediendo en la asamblea de Moscú tras las elecciones locales de este verano, donde el alcalde Serguéi Sobyanin experimenta dificultades para sacar adelante sus propuestas.

La elección como primer ministro de Mijaíl Mishustin, un hombre sin base política, mantiene por el momento la paz entre las diferentes facciones de la élite, al frente de las cuales se hallan candidatos a los que se presumen aspiraciones presidenciales; el mismo alcalde Sobyanin, Serguéi Kirilenko, jefe de la Administración presidencial, Serguéi Shoigu, ministro de Defensa... Sin embargo, no es descartable que Mishustin adquiera perfil propio ya que se convertirá en un "centro de atención", piensa Kortúnov.

De momento, esa visibilidad ya le ha dado los primeros disgustos. La página web 'Proekt' se preguntaba cómo había podido adquirir con su sueldo propiedades en barrios de lujo de la capital por valor de nueve millones de euros.