Donald Trump presume de tener un permiso para llevar una pistola camuflada debajo de la chaqueta. Es miembro vitalicio de la Asociación Nacional de Rifle (NRA) y está convencido de que si los parisinos fueran armados los atentados del Estado Islámico en la capital francesa no se habrían cobrado ni la mitad de víctimas. Trump quiere cambiar las leyes para acabar con las “zonas libres de armas”: para que los profesores puedan ir armados en los colegios y los militares, en el interior de las bases. También se opone a prohibir las armas de asalto y promete extender a los 50 estados de la Unión la autorización para llevar un arma oculta en cualquier lugar y en cualquier momento.

Esas son algunas de las credenciales con las que el candidato republicano a la Casa Blanca ha aterrizado este viernes en Louisville (Kentucky) para dirigirse a las miles de personas que asisten a la reunión anual de la NRA, el más poderoso de los lobis de las armas. En juego están millones de votos porque son millones los estadounidenses que votan en función de las posiciones de los candidatos respecto a la Segunda Enmienda, la cláusula constitucional que ampara la tenencia de armas o, al menos, así es como la interpretó el Supremo en 2008. Pero antes tendrá que convencerles de que su apología del plomo es más o menos sincera.

Porque también en este sentido Trump ha cambiado. En el año 2000 apoyó en uno de sus libros la prohibición de los rifles de asalto (semiautomáticos) aprobada temporalmente por la Administración de Clinton, así como la ampliación del plazo de espera para ratificar la compra de un arma.

En cualquier caso, no debería resultar demasiado complicado ganarse a la NRA. La alternativa para los amantes de las armas en noviembre será muy probablemente Hillary Clinton, que quiere endurecer el control de armas y se ha enfrascado en una arriesgada batalla dialéctica con la organización de Wayne LaPierre. Acompañada de varias madres que perdieron a sus hijos como consecuencia de la violencia armada, Clinton hablará del tema el sábado en un evento en Florida.

UN COLADERO PARA EL EI

Pero la identificación de Trump con la NRA va más allá de las armas. “La NRA se dedica a vender miedo y eso le ha servido para que la venta de armas se haya cuadriplicado desde el 2006”, asegura el experto de la universidad de Duke, Philip Cook, en una entrevista telefónica con este diario. “Dicen que los demócratas van a confiscar las armas y airean otras amenazas disparatadas como que Naciones Unidas podría invadir EEUU”. En vídeos y artículos colgados en su página web, la NRA airea muchas de las paranoias que Trump ha hecho suyas en su campaña.

La NRA pinta la frontera de México como un coladero para Al Qaeda y el Estado Islámico (EI). Prepaga la islamofobia y criminaliza a los inmigrantes hispanos. “Bandas de narcotraficantes latinoamericanos han invadido todas las ciudades de un tamaño considerable en EEUU. Phoenix es ya una de las capitales de los secuestros en el mundo”, escribió La Pierre en 2013. También alimenta otras teorías como el posible colapso inminente de la sociedad, sea como resultado de una catástrofe natural o una invasión extranjera. Y presentan al Gobierno en Washington como un régimen rayano en la tiranía que sueña con desarmar a los “patriotas”.

“Nosotros, el pueblo americano, entendemos claramente las fuerzas sobrecogedoras a las que tendremos que enfrentarnos: terroristas, crimen, bandas de narcotraficantes, la posibilidad de disturbios a la europea por la deuda, agitación social o desastres naturales”, añadía el vicepresidente de la NRA en aquel mismo artículo.

Trump ha llevado muchos de esos miedos al primer plano de la agenda política. Su campaña explota las mismas inquietudes y le han servido para llegar más lejos de lo que nadie nunca imaginó.