Con la terrible masacre de Orlando como trasfondo, Donald Trump ha vuelto a explotar el miedo al terrorismo islámico con una feroz diatriba contra los musulmanes. El candidato republicano a la presidencia ha renovado su promesa para prohibir temporalmente la entrada en el país a los musulmanes procedentes de regiones con una “con una historia de terrorismo”, una medida que como atenta contra el pluralismo de la sociedad estadounidense y el principio de no discriminación por motivos religiosos. Pero esta vez ha ido más allá, al responsabilizar a los musulmanes de Estados Unidos, de encubrir a los radicales y permitir crímenes como los de Orlando y San Bernardino.

El multimillonario neoyorkino ha hablado casi a la misma hora en la que miles de personas se concentraban en el centro de Orlando para recordar en una vigilia a los 49 muertos y las decenas de heridos que dejó el tiroteo del pasado domingo en unadiscoteca gay de la ciudad. “No podemos dejar que miles y miles de personas, muchas de las cuales comparten la misma mentalidad que este salvaje asesino, sigan entrando en nuestro país”, dijo en un discurso en una universidad de Nuevo Hampshire. “Si no nos ponemos duros, si no somos inteligentes y rápidos, dejaremos de tener un país”, añadió en tono apocalíptico antes de prometer quesuspenderá la inmigración musulmana de todos aquellos países “con una historia probada de terrorismo” contra EE UU y sus aliados.

Sus discurso estuvo plagado de falsedades y exageraciones, una constante en su retórica cotidiana, descrita ayer mismo por el mítico periodista del Washington Post, Carl Bernstein, como “neofascista”. Trump dijo que Omar Mateen, el pistolero del club Pulse, “nació afgano, de padres afganos que inmigraron a EE UU”. Pero lo cierto es que nació en Nueva York y era ciudadano estadounidense de pleno derecho.

En su imparable aliento de la islamofobia, el magnate convirtió en cómplices del terrorismo a los cerca de tres millones de musulmanes estadounidenses. “Los musulmanes tienen que trabajar con nosotros”, afirmó. “Saben lo que está pasando. Saben que (Mateen) era malo. Sabían que la gente de San Bernardino era mala. ¿Pero saben qué? No los entregaron a la policía”.

Buena parte del discurso lo dedicó a fustigar a su rival en noviembre, la demócrata Hillary Clinton, que en una alocución pronunciada horas antes dijo que “la inflamatoria retórica antimusulmana” no hace más que socavar los esfuerzos de EE UU para cooperar con el mundo musulmán en la lucha contra el terrorismo. “Según el plan de Clinton, admitiremos a cientos de miles de refugiados de Oriente Próximo sin ningún sistema para controlar quien entra y prevenir la radicalización de los niños”. Clinton es partidaria de aumentar a 65.000 el número de refugiados sirios admitidos en EE UU de los 10.000 actuales prometidos por Obama.

Pero Trump habló como si una oleada incontrolada de refugiados estuviera invadiendo el país, en la mejor tradición de la ultraderecha europea. “Tenemos que detener el tremendo flujo de refugiados sirios”, aseguró. La realidad no se parece en nada. EE UU ha sido hasta ahora uno de los países más cicateros en la acogida de los sirios que huyen de la guerra.

Cada solicitud tarda entre 18 y 24 meses en ser aceptada y cada solicitante de asilo es investigado por diversas agencias de seguridad, que los someten además a diversas entrevistas. Entre octubre y mayo entraron solamente 2.835, menos de un tercio de los 10.000 prometidos por Obama antes de que acabe el año fiscal en septiembre.