La campaña para la reelección de un presidente de Estados Unidos siempre empieza, de forma figurada, desde que llega a la Casa Blanca; en el caso de Donald Trump lo hizo literalmente. El 20 de enero del 2017, el mismo día en que tomó posesión del cargo tras su inesperada victoria frente a Hillary Clinton, envió un memorando de un párrafo a la Comisión Electoral Federal con el que, sin anunciar formalmente su candidatura para el 2020, daba el paso necesario para empezar a recaudar fondos para esa aventura. Es algo que no había hecho ninguno de sus predecesores y, una vez más, Trump hacía añicos los esquemas. A partir de ese momento cada acto de su rompedora presidencia ha sido también un acto en busca de la reválida definitiva, un examen al que él y el país se someten el 3 de noviembre.

Esa cita con las urnas de más de 224 millones de ciudadanos con derecho a voto es una de las más trascendentales, si no la máxima, de la historia reciente de EEUU. Decidirá si deja la presidencia de Trump como un paréntesis con espacio asegurado en los anales o si da cuatro años más a un mandatario que tendría carta blanca para profundizar y culminar la transformación radical del Partido Republicano y de un país donde ha retado las normas y usos, incluyendo los democráticos, hasta el punto de convertirse en el tercero sometido a un 'impeachment', el primero que busca la reelección.

El juicio de las urnas

Ese juicio político, salvo un terremoto impensable, acabará este miércoles con una declaración de inocencia de Trump gestada por la mayoría republicana y que sin duda el presidente va a usar en campaña. Incluso aunque algunos senadores conservadores han reconocido lo inapropiado de las acciones de Trump, han tratado de justificar que deben ser los electores quienes decidan en las urnas si le castigan. Está por ver si esa decisión les pasa a ellos factura.

Puede hacerlo. Un tercio de los 35 escaños del Senado que se renuevan el 3-N están muy reñidos, abriendo un camino a los demócratas para recuperar la mayoría en la Cámara Alta. Además se renuevan los 435 escaños de la Cámara Baja, donde los demócratas aspiran a mantener el control que lograron en las legislativas del 2018, comicios que no sirven de guía exacta para unas presidenciales pero arrojan luz sobre algunas realidades de este determinante año en el que hay también elecciones estatales y para 11 gobernadores.

En un país donde la presidencia de Trump ha calcificado la extrema polarización, en las legislativas hubo una movilización del electorado demócrata que el partido está forzado a repetir en noviembre. La participación total subió más de un 29% y algunos análisis calculan que, en parte motivada por la ansiedad y antagonismo que despierta en los electores plenamente identificados con un partido la potencial victoria del otro, en las presidenciales puede elevarse al menos entre el 12% y el 15% sobre la del 2016 y batir marcas históricas.

Las incertidumbres demócratas

Por ahora, no obstante, los demócratas están sumidos en una complicada búsqueda de candidato entre un superpoblado y divergente plantel de aspirantes, 11 a día de hoy: de los centristas Joe Biden y Pete Buttigieg a los progresistas Bernie Sanders y Elizabeth Warren, sin olvidar otros que mantienen aspiraciones como Amy Klobuchar y el multimillonario Mike Bloomberg.

Se anticipa un rocoso arranque en los caucus de Iowa, que este lunes dan el pistoletazo de salida a la pelea interna. Sanders es favorito ahí y en las primarias de Nuevo Hampshire, Biden en Nevada y Carolina del Sur. Y Bloomberg no compite hasta el supermartes del 3 de marzo, cuando deciden 16 estados, pero su inversión sin precedentes en anuncios, dirigidos a atacar a Trump y localizados sobre todo en los estados en mayor competición, servirán a quien acabe siendo el candidato demócrata, decisión que algunos observadores temen que pueda no dirimirse hasta la convención en julio en Milwaukee.

Las bases del duelo

Del quien sea ese candidato dependerá en gran medida qué tipo de duelo se libra con Trump pero hay ya elementos que se sabe que serán centrales. Para el presidente uno clave será atribuirse la buena situación de la economía, aunque los demócratas tratarán de desarticularlo señalando a la desigualdad creciente y a la falta de traducción de los buenos indicadores macro en la realidad de infinidad de ciudadanos, especialmente de clase trabajadora y media.

En la carta que Trump envió a Nancy Pelosi un día antes de que se aprobara someterlo a 'impeachment' están también deletreadas las otras razones que esgrimirá para buscar su reelección. En esa misiva citó, como hace en sus frecuentes mítines, los recortes de impuestos y regulaciones, la defensa de la segunda enmienda, el abandono del Acuerdo de París contra el cambio climático, el apoyo a Israel, el acuerdo de libre comercio con México y Canadá, el pacto con China para poner en pausa la guerra arancelaria que él abrió y la política de línea dura con Irán, con el que situó a EEUU al borde de una guerra. Los demócratas, por su parte, buscarán como en las últimas legislativas colocar la defensa de la sanidad pública en el centro del debate, uno en el que no sale bien parado Trump entre muchos votantes republicanos e independientes.

La base más fiel del presidente, no obstante, sigue siendo inamovible en su respaldo a un líder que puede presumir de haber llenado con casi dos centenares de jueces conservadores los tribunales federales, así como el poderoso Supremo (que este 2020 debe decidir si está obligado a hacer públicas sus declaraciones de impuestos) y que, en su cruda política de inmigración, no ha completado su prometido muro con México pero sí ha restringido como nunca las condiciones de asilo y para refugiados. Igualmente inamovible es el rechazo de las bases más progresistas a su presidencia y sus políticas.

El choque entre esas dos realidades plantea la contienda electoral como otra de las batallas de la intensa guerra política, cultural, social que no es nueva en EEUU, un país de demografia cambiante, pero se ha intensificado desde que Trump llegó al poder.