Cuando ya estaba claro que Donald Trump sería absuelto en el impeachment, un periodista de The New York Times escribió un artículo que abría con una cita de Ralph Waldo Emerson: «Cuando atacas al rey debes matarlo». El sábado, sin importarle que provenga de uno de los periódicos a los que más ataca como «enemigos», Trump colgaba el texto en Twitter.

Es la tónica de esta nueva fase de su presidencia: un Trump exultante, orgulloso y desatado; Trump al cuadrado. También, un presidente que desde la absolución ha acometido una purga, intensificando la lealtad como principal activo y con la venganza como motor.

El viernes pasado Trump sacó de su puesto en el Consejo de Seguridad Nacional al militar Alexander Vindman, que cumpliendo con una citación del Congreso declaró en el impeachment. Lo echó haciendo que saliera de la Casa Blanca escoltado por guardias de seguridad, e instó al Ejército a «estudiar» si Vindman debía enfrentar acciones disciplinarias (algo que no ocurrirá). Trump aprovechó además para despedir al hermano gemelo de Vindman, Eugene. Ejercía como abogado en el Consejo y no jugó papel alguno en el impeachment.

Otra cabeza que ha rodado ha sido la de Gordon Sondland, el empresario que donó un millón de dólares para la toma de posesión y fue premiado con la embajada ante la Unión Europea y durante el impeachment testificó que Trump orquestó la campaña de presión a Ucrania.

Además Trump, que ha desenfrenado su injerencia y politización sobre el Departamento de Justicia para favorecer a aliados como Roger Stone, ha retirado la nominación para un puesto en el Tesoro de Jessie Liu, una fiscal que supervisó el caso judicial contra Stone. Habrá, aseguran fuentes de la Casa Blanca, más ceses y movimientos en cartera.