La Administración de Donald Trump ha dado un paso más para desmantelar el edificio regulatorio levantado por Barack Obama para proteger el medioambiente y combatir la crisis climática. La Agencia de Protección Medioambiental (EPA), convertida en un oxímoron bajo la presidencia del republicano, ha anunciado varias medidas para rebajar los controles a las emisiones de metano, un potente gas de efecto invernadero que retiene hasta un 80% más de calor en la atmósfera que el dióxido de carbono. La decisión de la EPA es un nuevo regalo a la industria del gas y el petróleo, aunque algunos gigantes del sector se han opuesto públicamente a la medida. Trump sigue manteniendo que el cambio climático es una farsa.

En términos prácticos, los cambios regulatorios eliminan los requisitos impuestos previamente a la industria para instalar sistemas dedicados a prevenir las fugas de metano de sus pozos, tanques de almacenamiento o los gaseoductos empleados para transportarlo. También rebajan la obligación de inspeccionar regularmente el nivel de emisiones y las frecuentes fugas. La Administración sostiene que sus predecesores se extralimitaron al regular el metano, el principal componente del gas natural, una fuente de energía más limpia que el petróleo, inmersa en una época de extraordinaria expansión desde que el fracking empezó a utilizarse para su extracción. No creo que vaya a ver aquí grandes preocupaciones sobre su impacto en el clima, ha dicho Anne Idsal, la directora interina de la EPA.

Una opinión que no comparten los ecologistas ni los científicos. El metano concentra mucho más el calor en la atmósfera que el CO2, de modo que esto solo servirá para acelerar potencialmente la crisis climática, asegura a este diario el portavoz del Sierra Club, Javier Sierra. Es totalmente irresponsable y demuestra una vez más la avaricia de esta Administración, que no deja de hacer favores a sus donantes de las industrias fósiles. De acuerdo con el consenso científico, los gases de efecto invernadero derivados de la actividad humana son la causa principal del calentamiento global.

El metano se queda en la atmósfera menos tiempo que el CO2, pero atrapa hasta 25 veces más radiación que el dióxido de carbono. En EE UU sus emisiones representan actualmente el 10% del total de gases de efecto invernadero. La mayor parte las generan las industrias del gas, el petróleo y el carbón durante sus procesos de extracción, almacenamiento y transporte. Le sigue el sector agropecuario, según datos de la EPA. En las últimas dos décadas las emisiones de metano se han reducido un 16%, una tendencia que podría ahora invertirse con la barra libre concedida por la Casa Blanca a sus aliados de los combustibles fósiles.

Buena parte del sector había hecho del desmantelamiento de las reglas impuestas por Obama uno de sus caballos de batalla, pero hay algunas voces disonantes, que temen que la nueva ofensiva desregulatoria empañe la imagen del gas natural como una energía más limpia que el petróleo y dañe sus inversiones en el sector. Tanto Exxon como Shell habían defendido los controles al metano. Igual que BP América. La pasada primavera su presidenta dijo en un artículo de opinión que las regulaciones al metano son necesarias.

Para maximizar los beneficios climáticos del gas, y cumplir con el doble desafío de producir más energía con menos emisiones, tenemos que afrontar su talón de Aquiles y eliminar las emisiones de metano, escribió Susan Dio. Para los ecologistas, no son más que maniobras de lavado de imagen, teniendo en cuenta que el gas natural forma parte de la familia de los combustibles fósiles, principales responsables del calentamiento global.