Donald Trump ha buscado la cuadratura del círculo en su comparecencia para abordar el Estado de la Unión. El líder estadounidense ha reclamado la cooperación de los demócratas en el Congreso sin moverse un ápice de sus posiciones más controvertidas, un ejercicio llamado a producir resultados estériles. Trump ha dejado claro que piensa construir el Muro en la frontera con México al precio que sea, ha condenado las “ridículas investigaciones partidistas” que nublan su presidencia y ha aprovechado la crisis en Venezuela para criticar las crecientes simpatías demócratas hacia la socialdemocracia. Lo ha hecho con un discurso menos combativo que en otras ocasiones, más soleado que tenebroso y salpicado de guiños bipartidistas. Un malabarismo retórico no exento de inteligencia.

El presidente compareció en el Capitolio tras haber superado el ecuador de su primer mandato y ya sin el control de las dos cámaras del Congreso, un escenario que le augura dos años complicados a menos que sea capaz de tejer consensos. Vapuleado en las encuestas y ansioso por pasar página del desastroso pulso del cierre del Gobierno, se recreó en lo logros de su gestión económica, desde su agenda desregulatoria, al menor índice de paro de las últimas décadas o el boom que vive el sector energético. “En Estados Unidos se está produciendo un milagro económico y lo único que podría detenerlo son las guerras infinitas, la política o las ridículas investigaciones partidistas”, dijo levantando la ovación de la bancada republicana.

Ningún otro presidente desde Nixon (“Un año de Watergate es suficiente”, dijo en 1974) había utilizado el Estado de la Unión para cuestionar tan crudamente el escrutinio a su gestión. Un escrutinio que en el caso de Trump está llamado a incrementarse porque los demócratas pretenden utilizar su nueva mayoría en la Cámara de Representantes para redoblar las investigaciones sobre la trama rusa, sus finanzas o la presunta corrupción en su Administración. “Si tiene que haber paz y legislación, no puede haber guerra e investigación”, les dijo a sus rivales políticos.

Muchas de las legisladoras demócratas recién llegadas al Congreso vestían de blanco en un homenaje a las sufragistas que hace un siglo conquistaron el derecho al voto de la mujer. También la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, la mujer que batió a Trump en el reciente pulso del cierre del Gobierno. Y todas estallaron de júbilo cuando el presidente celebró la elevada tasa de empleo femenino.

Antes había tendido la mano a los demócratas pidiéndoles su cooperación para remozar las infraestructuras, abaratar los medicamentos con receta o proteger a la ciudadanía de las prácticas predatorias de los seguros sanitarios, las mismas que los republicanos han amparado durante mucho tiempo. “Tenemos que elegir entre la grandeza o la parálisis, los resultados o la resistencia, la visión o la venganza”. Pero el presidente no tardó en demostrar que esa cooperación está llamada a ser muy puntual porque los principios que ambos partidos defienden están a menudo en las antípodas.

Nada lo ejemplifica mejor que el visceral debate inmigratorio. Trump volvió a utilizar a los simpapeles como chivo expiatorio de las grandes lacras del país, derivadas de las políticas neoliberales de las últimas décadas. Culpó a los inmigrantes de los salarios de miseria, de la desinversión en educación o de un sistema sanitario que deja sin cobertura a millones de estadounidenses. “Los trabajadores estadounidenses están pagando el precio de la masiva inmigración ilegal: bajos salarios, colegios y hospitales sobrecargados, crimen al alza y una cobertura social menguante”. En realidad, el crimen ha bajado, los salarios están subiendo y la destrucción del Estado de Bienestar responde a políticas deliberadas, principalmente del Partido Republicano.

Una vez más quiso vender la supuesta crisis que se vive en la frontera, la táctica que está utilizando para obtener los fondos para el Muro y contentar a sus bases. Dijo que la situación en el confín mexicano es “muy peligrosa” y que “cada año infinidad de estadounidenses son asesinados por inmigrantes ilegales criminales”. Para ponerle cara, contó la historia de las nietas de unos ancianos recientemente asesinados en su casa. Ambas estaban en la grada, al igual que un agente de la policía de fronteras, un superviviente del Holocausto o varios veteranos de la segunda guerra mundial a los que apeló en momentos de su discurso.

La política exterior volvió a quedar relegada, aunque Trump confirmó que pretende completar la retirada de Siria y Afganistán. “Después de dos décadas de guerra ha llegado la hora de dar una oportunidad a la paz”, dijo refiriéndose a las negociaciones con los talibanes afganos. También se arrogó el mérito de haber evitado una guerra nuclear en la península de Corea y puso fecha a su segunda reunión con el norcoreano Kim Jong Un. Será el 27 o 28 de febrero en Vietnam, según adelantó.

Trump insistió en que se dispone a “hacer frente” al "régimen radical en Irán" y reiteró todo su apoyo al líder de la oposición venezolana que trata de apartar del poder a Nicolás Maduro. “Estamos con el pueblo venezolano en su noble búsqueda de la libertad y condenamos la brutalidad del régimen de Maduro, cuyas políticas socialistas han transformado la que era una de las naciones más ricas de Sudamérica en un Estado de abyecta pobreza”.

Esas palabras guardaban un mensaje interno dirigido a políticos demócratas como Bernie Sanders o Alexandria Ocasio-Cortez. “Estamos alarmados por los nuevos llamamientos a adoptar el socialismo en nuestro país”, dijo el presidente. “Nosotros nacemos libres y seguiremos siendo libres. América nunca será socialista”.