A menos de dos semanas para las elecciones en Estados Unidos, cada minuto de la campaña importa, especialmente para Donald Trump, obligado a recuperar el terreno perdido en las encuestas si quiere ganar el 8 de noviembre. Pero esa urgencia no le ha impedido sacar tiempo para promocionar sus negocios en detrimento de la campaña. Después de pasar tiempo el martes en uno de sus campos de golf en Florida, el republicano ha inaugurado este miércoles por segunda vez su nuevo hotel en Washington. Un gesto que no ha gustado a sus correligionarios. “La política es un pasatiempo para Trump, como ir a pescar o las maquetas de trenes. Los hoteles son cosa seria y este hotel es fabuloso”, ha ironizado el estratega republicano, Curtis Anderson.

Situado a solo unas manzanas de la Casa Blanca, el Hotel Trump ocupa la antigua sede de correos, un edificio señorial en plena avenida Pensilvania. El nombre del magnate brilla en letras de oro en la fachada y las salas de reuniones llevan nombres de presidentes como Adams, Kennedy o Washington. Pero como ha sucedido con otros de sus negocios desde que entró en política, este tampoco parece estar yendo demasiado bien. Desde que abrió hace unas semanas, las habitaciones “DeLuxe” y “Premier” han pasado de 750 dólares la noche a 400. No son las más caras. La suite presidencial cuesta 9.000 dólares y el ‘Townhouse”, que tiene su propio gimnasio y comedor para 20 comensales, 20.000 dólares la noche.

Durante el acto de inauguración, Trump aprovechó para atizar la supuesta incompetencia del Gobierno y puso el hotel como símbolo de lo que sería su presidencia. “Mi mensaje de hoy se resume en cinco palabras: por debajo del presupuesto y finalizado antes de lo previsto. Muy importante. No solemos escuchar estas palabras del Gobierno, pero empezaréis a escucharlas”, dijo escoltado por sus tres hijos mayores y algunos miembros de su campaña.

RECHAZO A SUS NEGOCIOS

Desde que arrancó su aventura política, Trump ha utilizado a menudo la atención mediática para promocionar sus intereses empresariales. Así ha sido desde que descendió por las escaleras de caracol de la Trump Tower para anunciar su candidatura hace más de un año. Durante las primarias, mostró al mundo los filetes de vaca y los botellines de agua que llevan su nombre y, ya con la nominación en sus manos, se fue a Escocia para dar publicidad a sus campos de golf. Más recientemente, ha utilizado su exclusivo club de Mar-a-Lago, en Palm Beach (Florida), para albergar eventos de recaudación de fondos.

Diversas informaciones apuntan, sin embargo, a que la agresiva demagogia que ha exhibido durante la campaña está generando rechazo a sus negocios. Hace solo unos días, su empresa familiar anunció lo impensable, una marca nueva para la línea de hoteles más económicos que quiere lanzar. No se llamarán Trump sino Scion (vástago). Si todo continúa igual, va a ser muy difícil que el multimillonario neoyorkino haga realidad la fantasmada que lanzó en 2000: “Yo podría ser el primer candidato presidencial que se presente y gane dinero con la campaña”.