Era una crisis tan anunciada como imposible de predecir en todas sus dimensiones. El recelo, el miedo y hasta el rechazo a Donald Trump que se han ido extendiendo en el Partido Republicano de Estados Unidos en los últimos 16 meses se ha transformado en auténtico pavor desde el viernes, cuando 'The Washington Post' hizo público el vídeo de 2005 donde el polémico candidato a la presidencia se revela como un depredador sexual. Esa grabación ha conseguido aislar a Trump de una manera que no habían logrado sus repetidas muestras de racismo, xenofobia y machismo, los insultos a discapacitados o propuestas políticas donde en un más que alarmante populismo muchos han llegado a ver claras señales de neofascimo. Y a un mes de las elecciones, la formación de Abraham Lincoln y Ronald Reagan que en los últimos seis años no ha respondido al auge en sus filas de la radicalidad del Tea Party se encuentra sumida en el caos, al borde no ya solo de la pérdida de los comicios presidenciales frente a la demócrata Hillary Clinton o del control que ahora tiene del Congreso, sino también de una guerra intestina.

El barco ahora capitaneado por Trump se hunde y muchos de quienes habían decidido seguir intentando la travesía con él ahora abandonan. Desde el viernes, al menos 36 destacados congresistas y gobernadores, que en muchos casos también se juegan su reeleción en noviembre, han retirado el apoyo que mantenían al candidato, ampliando la ya larga lista de republicanos que habían declarado imposible votar al heterodoxo aspirante. Y aunque Trump tenía hasta este domingo el respaldo de los más poderosos republicanos (los líderes de las mayorías en las dos cámaras, Paul Ryan y Mitch McConnell, y el presidente del Comité Nacional Republicano, Reince Priebus), nada garantiza que lo vaya a mantener.

EL DEBATE, EL ULTIMATUM

Todo estaba pendiente del debate que se celebraba anoche en San Luis (Misuri), un cara a cara entre Trump y Clinton con formato de 'town hall' donde eran los ciudadanos del público los encargados de hacer las preguntas. Y para entender la trascendencia de lo que ocurriera en esos 90 minutos basta mirar a Mike Pence, el gobernador de Indiana que acompaña como candidato vicepresidencial a Trump en su rocambolesca carrera. Pence emitió el sábado un comunicado en el que, como la abrumadora mayoría de políticos republicanos, condenaba las ofensivas palabras y acciones de Trump (“no puedo defenderlas”). Pero Pence marcaba también el debate como “una oportunidad de que (Trump) muestre lo que tiene en su corazón”. No es un ultimátum, pero suena parecido.

Pence es, precisamente, una de las piezas clave del camino hacia adelante. Entre quienes han retirado su apoyo a Trump hay muchas voces que piden al magnate inmobiliario que se retire y ceda la candidatura a su número dos (aunque ese traspaso no estaría garantizado y podría ser retado, por ejemplo, por Ted Cruz, el segundo republicano que más votos obtuvo en las primarias). Y hay también quien urge al propio Pence a que abandone, un gesto que califican de “opción nuclear” y que piensan que podría impulsar a Trump a tirar la toalla.

Puede ser lo que en EEUU se llama 'wishful thinking'. Porque Trump ha insistido en que no se retira (“nunca en un millón de años. No es el tipo de persona que soy”). Y este mismo domingo, horas antes del debate, usaba Twitter para atacar a los republicanos que le han abandonado en las últimas horas, como los senadores John McCain y Kelly Ayotte. “Tantos hipócritas mojigatos”, escribía. “Miren como caen sus números en las encuestas, y sus elecciones”.

Trump metía el dedo en dos llagas. No es el único que ve hipócrita que haya hecho falta el vídeo para distanciarse de su candidatura. Y la realidad es que quienes deciden alejarse ahora de él pueden pagar un precio en las urnas. Aunque buena parte del liderazgo republicano le haya abandonado, mantiene el respaldo de su base central de votantes, y esa gente indignada con los políticos tradicionales y con las instituciones (que el sábado mismo abucheó a los críticos de Trump en mítines) vota a algo más que al presidente.

El terror del aparato republicano es que las encuestas empiezan a mostrar que los demócratas no solo podrían recuperar la mayoría en el Senado sino, lo que parecía impensable hace solo unos días, también en la Cámara Baja. Por eso muchos donantes están buscando por su cuenta cómo alejarse de Trump y centrarse en luchas locales. Y por eso algunos llaman al Comité Nacional Republicano a “dejar de defender lo indefendible” y poner como prioridad “el bien del partido”. Se trata, más que de ganar, de sobrevivir. Porque la formación está claramente herida y dividida. Con o sin Trump.