En menos de 24 horas, el mundo asistió a dos versiones muy distintas de Donald Trump. Si en México se vio a un hombre con inesperadas dotes diplomáticas, capaz de disentir educadamente conEnrique Peña Nieto sobre los retos que presenta la frontera común y los acuerdos de libre comercio, en Arizona reapareció el agitador vitriólico que ha enardecido a las bases conservadoras con un discurso nacionalista y antiinmigrantes de alto voltaje. Tras ponerse brevemente en la piel del doctor Jekill, Trump volvió a ser Mr. Hyde en su esperado discurso sobre inmigración, en el que demostró que todos aquellos que esperaban un giro hacia la moderación para ampliar su base de votantes, simplemente se equivocaban.

La duda surgió en las últimas semanas a raíz de los bandazos del candidato republicano respecto al tema central de su campaña y a la necesidad imperiosa de atraer a las minorías, pero anoche quedó disipada. Trump insistió en construir el muro en la frontera mexicana y en obligar a México a pagarlo; se propuso dejar sin financiación a las ciudades que no deportan a los inmigrantes indocumentados; prometió acabar con las salvaguardas concedidas por la Administración Obama a los millones de simpapeles que llegaron a EEUU siendo unos niños; y cerró la puerta a cualquier tipo de regularización. "Todos aquellos que están hoy aquí de forma ilegal tratando de regularizar su estatus, solo tendrán una vía: volver a casa y solicitar la reentrada bajo el nuevo sistema inmigratorio que he propuesto", dijo durante más de una hora de discurso en Phoenix.

DEPORTACIONES

El magnate inmobiliario no contestó de forma inequívoca a la pregunta que muchos se han hecho en los últimos días. Es decir, si mantiene la promesa de deportar a los 11 millones de indocumentados que se estima que hay en el país. O si creará la "fuerza de deportación" que propuso en su día para llevarla a cabo. Pero de su discurso se deduce que nadie estará a salvo. Aunque su prioridad serán los "dos millones" de simpapeles con antecedentes penales, una cifra muy superior a los 690.000 que estima el Migration Policy Institute, añadió que "cualquiera que haya entrado ilegalmente en EE UU será susceptible de ser deportado". Para ponerlo en práctica, propuso triplicar el número de agentes de la agencia de Inmigración y Aduanas (ICE), que bajo la presidencia de Barack Obama han batido récords en el número de expulsiones.

Su discurso en la tierra del 'sheriff' Joe Arpaio fue uno de los más duros que se recuerdan. Aunque hizo alguna mención a la aportación positiva de los inmigrantes, transmitió la imagen de que la gran mayoría de ellos son criminales y vagos que explotan las prestaciones sociales y les roban el trabajo a los estadounidenses abaratándolo de forma extrema. Casi al final, presentó a los familiares de más de media docena de estadounidenses asesinados por inmigrantes indocumentados, "victimas" de lo que llamó la "política de puertas abiertas" de Obama y su rival demócrata en noviembre, Hillary Clinton. "Vamos a acabar con el ciclo de amnistía e inmigración ilegal".

PROPUESTAS NOVEDOSAS

Entre su decálogo de propuestas, Trump aportó algunas novedades, como una iniciativa para someter a los nuevos inmigrantes a un examen ideológico con el fin de "asegurarnos que comparten nuestros valores y aman a nuestro pueblo". Entre otras cosas, pretende preguntarles su postura respecto a los crímenes de honor, el islamismo radical o el respeto a los gays y las minorías, un punto, este último, que posiblemente suspenderían muchos de sus seguidores. También sugirió que no quiere musulmanes ni inmigrantes pobres. "Seleccionaremos inmigrantes de acuerdo a sus probabilidades de éxito en la sociedad estadounidense y a su capacidad para ser autosuficientes financieramente".

Si bien su discurso está llamado a reforzar a los votantes más ultramontanos, difícilmente logrará expandir la coalición que necesita para conquistar la Casa Blanca en noviembre. Así quedó reflejado poco después de su conclusión. Uno de los miembros del llamado Consejo Asesor Nacional Hispánico de Trump presentó su dimisión y otro de ellos amenazó con hacer lo propio. "Yo apoyaba a Trump firmemente porque creía que iba a afrontar el problema de la inmigración de forma realista y compasiva", le dijo a Politico el dimisionario, Jacob Monty. "Lo que he oído hoy no ha sido ni realista ni compasivo".