La tortuosa historia de Oriente Próximo ha escrito este martes una nueva página con la firma de los llamados acuerdos de Abraham para normalizar las relaciones entre Israel y las monarquías sunís de Emiratos Árabes Unidos y Baréin, dos hitos diplomáticos que abren por primera vez las puertas del Golfo Pérsico al Estado judío y formalizan el realineamiento de fuerzas en la región para hacer frente a Irán. Donald Trump presidió la ceremonia en los jardines de la cara sur de la Casa Blanca, tras afirmar que hay negociaciones en curso con otros cinco países árabes para que sigan la estela de sus pares. "Después de décadas de división y conflicto, marcamos el comienzo de un nuevo Oriente Próximo", dijo el líder estadounidense para sellar el mayor logro diplomático de su presidencia.

Muy pocos esperaban que Trump prosperase en una misión en la fracasaron la mayoría de sus predecesores. Pero el republicano ha cambiado la forma de acercarse al conflicto. En lugar de priorizar la solución del problema palestino, donde se atascaron otros presidentes, ha optado por ignorarlo para construir la casa desde el tejado, apoyándose en los intereses comunes entre Israel y los países del Golfo. Principalmente la hostilidad que comparten hacia el régimen chií en Teherán y sus satélites en la región, reflejada en la discreta cooperación entre ambos bandos de los últimos años, pero también la delicada legitimidad de sus gobernantes o el potencial económico y militar de los acuerdos. Y todos ellos le han devuelto el favor con esta victoria diplomática que llega a menos de dos meses de las presidenciales en EE UU.

"Esta es una paz sin sangre en la arena", dijo el líder estadounidense antes de proclamar triunfalmente que "sentarán los cimientos para una paz integral en toda la región". Lo hizo desde el mismo lugar donde Bill Clinton sentó hace 25 años junto a Rabin y el rey Hussein las bases para el acuerdo de paz entre Israel y Jordania, el único firmado hasta ahora el Estado judío junto al de Egipto en 1979. Más de 700 invitados asistieron a la ceremonia, en la que no estuvieron los jefes de Estado de Emiratos y Baréin, representados por sus ministros de Exteriores. El perfil bajo de ambas delegaciones atestigua que, si bien se ha roto el tabú de la normalización con Tel Aviv, sigue siendo un ejercicio de alto riesgo de cara a la opinión pública árabe.

Sus cancilleres se encargaron de recordar que la reconciliación ambicionada en la región pasa por poner en práctica la solución de los dos estados, una solución que Trump ha acabado de enterrar con el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel o su carta blanca para que se anexione la Cisjordania palestina. Esos planes están de momento parados, después de que Emiratos los pusiera como condición para sellar el acuerdo. La otra parece haber sido la compra de cazabombarderos estadounidenses F-35, una operación a la que Trump ve con buenos ojos pese a los recelos iniciales del primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu.

“Hoy asistimos a un cambio en el corazón de Oriente Próximo, un cambio que llevará la esperanza alrededor del mundo”, dijo el canciller emiratí, Abullah al Nayhan. Todo fueron sonrisas y gestos de complicidad durante la firma a cuatro de los acuerdos, que servirán para el intercambio de embajadas, el establecimiento de vuelos directos con Tel Aviv y la cooperación en ámbitos como la seguridad, el turismo o la tecnología. Más que a nadie, la entente sirve para reivindicar a Netanyahu, que ha conseguido romper el aislamiento que se presuponía desde hace años sobre Israel sin hacer una sola concesión a los palestinos. “Este es un punto de inflexión en la historia”, afirmó el israelí tras recalcar que los acuerdos demuestran que “al final es la fuerza la que trae la paz”.

CONSENSO ÁRABE

Los que quedan ahora más aislados que nunca son los palestinos, que se sienten una vez más traicionados por sus hermanos árabes. Su estrategia para buscar la soberanía recurriendo a las instituciones y tribunales internacionales ha quedado bloqueada por firma oposición estadounidense a apoyar sus demandas. Y ahora ven cómo se desvanece una de sus últimas cartas, el consenso árabe que había prevenido hasta ahora la normalización con Israel hasta que no cesara la ocupación. Nada se hubiera hecho en este sentido sin la aquiescencia saudí, que parece estar dictando en la sombra los pasos de este realineamiento.

Pese a la pretendido horizonte de paz que abren los acuerdos, es muy probable que acaben acelerando la militarización de la región y enquisten un poco más el conflicto con Irán, al tiempo que devalúan la poca credibilidad que les queda a los dirigentes moderados al frente del Gobierno de Ramala.