Donald Trump tiene lo que quería y empezaba a necesitar: una gran victoria legislativa que presentar en su primer año como presidente de Estados Unidos. Este miércoles, tras una votación de madrugada en el Senado y la repetición por cuestiones burocráticas de un voto en la Cámara baja, el Congreso de Estados Unidos ha dado luz verde a una reforma fiscal tan ambiciosa como controvertida. Y aunque aún quedan trámites que superar para que Trump pueda estampar su firma en la Ley de Empleos y Recortes de Impuestos, el espíritu de celebración se ha desatado en la Casa Blanca. El presidente, en declaraciones antes de una reunión con su Gabinete, ha hablado de «una victoria histórica para el pueblo americano» y de «un increíble regalo de Navidad para americanos que trabajan duro». Tuiteó con el mismo entusiasmo con el que ha regó un comunicado oficial, en el que se podía leer: «Estamos poniendo un propulsor en el motor de nuestra economía. América vuelve a ganar y crecemos como nunca antes. Hay un gran espíritu de optimismo extendiéndose por nuestra tierra».

Trump organizó también en el jardín de la Casa Blanca un acto para celebrar la aprobación de una ley que representa el mayor recorte de impuestos en EEUU desde los que realizó Ronald Reagan en 1981 y 1986. Pero como sucedió con aquellos, estos presentan serios riesgos de disparar el déficit.

La euforia de Donald Trump tiene otros motivos. Como ha reconocido él mismo, la aprobación de la ley le ha permitido asestar a la reforma sanitaria de Barack Obama el golpe que él y el Congreso fracasaron estrepitosamente en dar antes.