Ningún presidente de Estados Unidos antes de Donald Trump había llegado a la Casa Blanca con más entendimiento y experiencia sobre la importancia de su apellido como marca, cinco letras sobre las que construyó su imperio inmobiliario y, con impulso de la televisión realidad, una figura pública de alcance global. Tampoco ninguno de sus predecesores logró explotar como él el potencial de la publicidad gratuita, un hecho que quedó claro en campaña, cuando logró en cobertura mediática el equivalente a lo que habría sido una inversión de unos 5.000 millones de dólares en anuncios. Pero tampoco a ningún ocupante del Despacho Oval antes le habían marcado tanto las sombras sobre potenciales conflictos de interés. Y la compleja ecuación vuelve a resucitar esta Navidad con el retorno de Trump a Mar-a-Lago, su club en Palm Beach (Florida).

En el ecuador de sus 10 jornadas de vacaciones navideñas son ya 111 días los que Trump ha pasado visitando o alojándose en propiedades que llevan su nombre, ya sea Mar-a-Lago, su club en Bedminster (Nueva Jersey), la Torre Trump en Nueva York o el Trump International Hotel en Washington DC, entre otros. Eso representa prácticamente un tercio del total de sus 340 días de mandato. 85 de esas visitas, según los datos que han recopilado medios como The Wall Street Journal o la NBC (que lleva un contador), han sido a sus clubs de golf en Bedminster, Potomac Falls (Virginia) y Jupiter y West Palm Beach en Florida. Y aunque la Casa Blanca impide saber en cuántas ocasiones ha jugado, el secretismo no ha impedido que se saque públicamente los colores a Trump, sobre todo recuperando los tuits pasados en que repetidamente (al menos 27 veces) cuestionó a Barack Obama por sus hábitos de vacaciones y golfísticos.

Al ritmo que lleva Trump, que en 2015 prometió que «rara vez» abandonaría la Casa Blanca «porque hay mucho trabajo que hacer», superará fácilmente los 490 días que el anterior presidente republicano, George Bush, pasó a lo largo de sus ocho años de presidencia en su rancho en Crawford (Tejas).

Pero la diferencia con otros presidentes está en algo más que en los números o los porcentajes: los sitios donde se aloja o que visita Trump no son residencias privadas, sino que están abiertas a miembros o visitantes mediante pago. Los contribuyentes pagan sus viajes, pero su presencia da publicidad a establecimientos cuyos ingresos le benefician (y desde donde en su elección, en algunos casos, se han subido la tarifas). Y es que aunque antes de llegar al Despacho Oval cedió la gestión de la Trump Organization a sus hijos Donald Jr. y Eric no se desprendió de sus propiedades.