Un presidente con antecedentes -no probados del todo- de haber pactado con Vladímir Putin una campaña de descrédito contra Hillary Clinton, en el 2016, ha tratado de repetir el truco con Ucrania en las elecciones del 2020. Hemos normalizado tanto a un Donald Trump que desde hace tiempo se comporta como un autócrata que nada parece suficiente para decir ¡basta!, y dedicarle su frase preferida: «Está despedido».

El proceso de destitución (impeachment), impulsado por la mayoría demócrata de la Cámara de Representantes, tiene poco recorrido porque, de aprobarse, deberá obtener el apoyo de los dos tercios del Senado dominado por los republicanos (53-45 y dos independientes alineados con los demócratas). Veinte senadores republicanos tendrían que votar contra Trump casi en vísperas de unas elecciones en noviembre del 2020. Están en juego la Casa Blanca y el control del Congreso. No esperen heroicidades.

Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara baja, política experimentada y gran estratega, se ha resistido durante meses al impeachment, como pedían algunos de sus correligionarios, porque sabe que no tiene recorrido. Será un arma electoral que podría volverse en contra porque Trump es un maestro de la manipulación. Su papel favorito es el de víctima. Una parte de la sociedad se ha habituado a sus mentiras y al discurso colérico que, como en el caso del primer ministro británico, Boris Johnson, se siente representado y legitimado a hablar y actuar del mismo modo. Para vencer a Trump hay que bajar al barro, pelear con malas artes.

Once estados clave

Sin posibilidad de destitución antes de las elecciones, salvo revelaciones escandalosísimas (no las descarten), la única opción para echar a Trump son las urnas, y en este escenario tampoco esperen milagros. La presidencia se decidirá en 11 estados, los demás tienen el voto decidido desde hace años. En los estados indecisos, 10 condados se resolvieron por menos de 77.000 votos en el 2016. Si se modificara el resultado podrían cambiar el color de todo el estado, rojo o azul . En EEUU se eligen compromisarios en cada estado para un colegio electoral que decide la presidencia; no es una votación directa. En las legislativas del 2018 hubo una variación que es importante: el voto suburbano se decantó en favor de los demócratas, por eso controlan la Cámara de Representantes. Si se repitiera, Trump podría estar en peligro en varios estados.

La segunda batalla empieza en febrero, con las primarias y caucus que deberán seleccionar el candidato o candidata demócrata. El favorito del aparato es Joe Biden (moderado), pero no deja de crecer en las encuestas la senadora Elisabeth Warren, que está tan a la izquierda como Bernie Sanders (la izquierda de allá, un PSOE como mucho). Warren propone la sanidad universal, algo que en EEUU es revolucionario. ¿Qué les conviene, un centrista que no asuste o un progresista que enamore? Los intermedios -Kamala Harris, Beto O’Rourke y Pete Buttigieg- no despegan.

Tercera batalla: el Congreso. Los demócratas deben conservar la Cámara de Representantes, que se renueva entera el 3 de noviembre del 2020, y obtener el control del Senado, que cada dos años renueva un tercio. Este año estarán en juego 34 escaños porque en Georgia se votan los dos senadores de manera excepcional. Los demócratas tienen una posibilidad porque solo deben renovar 12 escaños. Los republicanos, 23. Sus ocupantes fueron elegidos en el 2012, un excelente año para los conservadores. Este 2019 ya no es tan bueno. Los demócratas tienen ocho seguros, tres complicados y uno en peligro. Los republicanos tienen tres en peligro y dos en riesgo. No se debe descartar un vuelco.

No sabemos cómo se va a desarrollar el proceso de destitución, si será largo o acelerado. Los demócratas necesitan pruebas contundentes y que la opinión pública pase de apoyar a Trump a defender su salida de la presidencia. Sucedió con Richard Nixon en 1974. Dimitió porque le echaban. Funcionaron entonces los controles, la política honesta y el sentido de Estado; hoy todo está viciado.

En la conspiración ucraniana aparece mezclado hasta el propio fiscal general del Estado, William Barr, que actúa de escudo del presidente. La democracia de Estados Unidos es ejemplar (menos en las armas), pero hoy está menos preparada para desalojar a los impostores. Costará años reconstruir el tejido ético y sacar de la abulia a millones de ciudadanos que dejaron de interesarse por la verdad, la limpieza del sistema y el imperio de la ley.