En la tradición política estadounidense, los cambios de rumbo han sido una constante cada vez que un nuevo presidente se instala en la Casa Blanca, pero pocas veces la alternancia ha deparado un futuro tan impredecible y volátil. Por primera vez desde Eisenhower, Estados Unidos tendrá a un presidente que nunca ha ocupado un cargo público, un magnate multimillonario que aspira a gobernar como si el país fuera una empresa, que no tiene una ideología definida, que cultiva la confusión y que jurará el cargo con uno de los índices de aprobación más bajos de la historia moderna. Este viernes comienza la era de Donald Trump. Y la sensación no es muy distinta a la que se tiene al entrar en un casino o al jugar a la ruleta rusa.

Los períodos de transición conceden al presidente electo una época de tregua que suele ser aprovechada para unir al país, vender ilusión y tender puentes a los rivales políticos tras el fragor de la campaña. Pero también en este sentido, Trump ha roto con la tradición. En los casi tres meses transcurridos desde su inesperada victoria electoral, se ha enfrentado a los servicios de inteligencia, ha exacerbado su guerra con los medios, ha profanado símbolos sagrados de los derechos civiles y se ha referido al líder de la oposición demócrata en el Congreso como "el jefe de los payasos". Fuera de sus fronteras, ha alarmado a la Unión Europea, ha enfurecido a Chinacon sus gestos hacia Taiwán y ha puesto a la OTAN en guardia.

De antemano, son muchos enemigos para un hombre que ya de por sí arrastraba una oposición inaudita de los poderes fácticos del país, lo que anticipa una época de sucias maniobras por ambas partes. Habrá que ver si Trump acaba cumpliendo sus cuatro años de mandato porque su miríada de conflictos de interés, así como de los miembros de su gabinete, invita a una presidencia tumultuosa, con batallas en los tribunales y la posibilidad nada descabellada de que tenga que enfrentarse a un ‘impeachment’.

Destruir el legado

El magnate es la antítesis de Barack Obama, y buena parte de su programa consiste en derrocar el edificio levantado por el primer presidente negro en los últimos ocho años. Sus asesores han anunciado que este mismo viernes firmará sus primeros decretos, aunque estarán principalmente dedicados a cuestiones logísticas y de gobernabilidad. El lunes continuarán el lunes con “una agenda muy robusta para las primeras semanas” de mandato. Buena parte de su gabinete no habrá sido confirmado cuando empiece a gobernar. Su Ejecutivo es todavía un esqueleto sin cuerpo.

El perfil de su gobierno es una coctelera de multimillonarios, militares, exconsejeros delegados de grandes empresas y personalidades con un notable éxito profesional. Trump vendió un mensaje populista durante la campaña, prometiendo "drenar la ciénaga" (corrupta) de Washington, pero entre sus asesores abundan los banqueros, lobistas y políticos estrechamente vinculados a las grandes industrias. Un juego de espejos, no muy distinto al que practican otros políticos. Durante las audiencias de confirmación, además, ha quedado claro que sus ministros no comparten sus posiciones más polémicas respecto a Rusia, la OTAN o la tortura. La gestión de visiones y temperamentos tan dispares será complicada.

En el terreno económico, se augura una mezcla del neoliberalismo más crudo de la época de Reagan, con la desregulación como prioridad, con políticas comerciales de corte proteccionista y hostiles a la globalización. En el político, Trump propone un nacionalismo identitario con tintes xenófobos y nostalgia por el pasado, una cosmovisión que desconfía de las instituciones internacionales y cuestiona la arquitectura que ha sustentado el mundo occidental desde el final de la segunda guerra mundial.

El antiguo presentador de ‘realities’, heredero del imperio inmobiliario de su padre, es un producto de los tiempos. De la fascinación popular con la fama y la riqueza, y del fracaso de la política tradicional para romper con la servidumbre de los mercados. Sutendencia a la demagogia ha servido para inaugurar la era de la posverdad y su incontinencia en las redes sociales, que utiliza con maestría para distraer la atención y lanzar globos sondas, mueve los mercados, genera rifirrafes diplomáticos y desconcierta a la prensa.

El republicano genera tal volumen de sobreinformación que es difícil separar lo importante de lo anecdótico, lo que augura una eventual desconexión por agotamiento de la ciudadanía, una fatiga que podría ser peligrosa ante lo que parece estar en juego. En muy poco tiempo el mundo empezará a averiguar si Trump es un revolucionario capaz de dar una sacudida a sus cimientos o un absoluto farsante. Por el momento, todo son ideas preconcebidas porque casi nadie tiene ni idea de lo que va a hacer.