Ha tenido que pasar más de un año desde el inicio de su campaña para que Donald Trump pisara su primera iglesia negra, un territorio relativamente seguro para cualquier candidato por la deferencia y el respeto que se dispensa tradicionalmente a los forasteros en las iglesias negras. No es esa, sin embargo, la impresión que proyectó en Detroit el multimillonario neoyorkino. Trump no estaba cómodo. Moduló su voz alejándose de sus habituales estridencias, leyó un discurso enlatado repleto de generalidades y, tras el aplauso educado de los feligreses, se marchó por la puerta de atrás para sortear a las cerca de 200 personas que protestaban a la entrada. Fue una escenificación estéril para ganarse a un comunidad a la que ha insultado varias veces.

El divorcio con el republicano queda patente en las encuestas. Una de las más recientes sostiene que tendría un 0% de apoyo entre los afroamericanos a escala nacional. En Detroit (Michigan), donde se adentró para prometer empleos, prosperidad y “una agenda dederechos civiles” de la que no dio un solo detalle, el 92% dijo el mes pasado que votará por Hillary Clinton. El 8% asegura no haber decidido todavía. Esos números son una losa insalvable y revelan que Trump predica en el desierto, por más que se haga acompañar de Ben Carson, el neurocirujano negro que se unió a su campaña después de fracasar en su intento de convertirse en el candidato republicano a la presidencia.

ACERCAMIENTO FALLIDO

Trump lleva varias semanas tratando de acercarse a los negros y los hispanos, pero no está funcionando. Sus referencias a los afroamericanos habían salido hasta ahora en mítines ante audiencias casi exclusivamente blancas y tanto el tono como la disección de sus problemas no han hecho más que ofender a los votantes. “Vivís en la pobreza, vuestros colegios no son buenos, el 58% de vuestros jóvenes están en paro. ¿Qué narices podéis perder?”, dijo en un mitin reciente en Akron (Ohio).

Frases como esas han llevado a algunos a pensar que más que ganarse a los afroamericanos busca anclar su apoyo entre los blancos prejuiciosos. La retórica en código, cuando se habla de los negros, es una vieja arma de la política estadounidense. “Trump no describió tanto la vida de los estadounidenses negros como lafantasía de los supremacistas blancos, para los cuales los negros viven vidas miserables, embrutecidas y casi subhumanas en ciudades dominadas por demócratas incapaces”, escribió en Slate el columnista negro, Jamelle Bouie.

Trump nunca ha condenado el racismo estructural que sigue permeando la vida estadounidense y, durante las polémicas por la brutalidad policial, se ha dedicado a jalear a la policía. Tampoco ayuda su pasado. Ese tibio distanciamiento de la legión de supremacistas blancos y capitostes del Ku Kux Klan que le han mostrado su apoyo. O que fuera el líder de aquel delirio conspiratorio que negaba que Barack Obama hubiera nacido en EEUU, una campaña que muchos interpretaron como una estratagema racista para deslegitimar al primer presidente negro.