Durante la pasada campaña electoral, Japón se convirtió en una de las primeras dianas de Donald Trump. El entonces candidato republicano acusó al país de robar empleos estadounidenses, de no pagar suficiente por su protección y prometió hacer añicos el tratado comercial Transpacífico. Lejos de ponerse a la defensiva, el gobierno del primer ministro Shinzo Abe optó por la seducción. Sus diplomáticos estudiaron todo lo publicado sobre el magnate, incluidos algunos ensayos psicoanalíticos, y con una llamada telefónica Abe se las ingenió para invitarse a la Trump Tower antes de que el magnate jurara el cargo, el único líder extranjero que lo hizo. Sabedor de la debilidad de Trump por el golf y el lujo, en aquella visita le regaló un driver de 3.700 dólares chapado en oro.

Así es como aparentemente los dos líderes se hicieron amigos para siempre. Este viernes, Abe se ha convertido en el segundo líder en visitar la Casa y el primero que pasará el fin de semana con Trump en su resort playero de Mar-A-Lago. De un plumazo, los agravios del pasado se han esfumado. “Estamos comprometidos con la seguridad de Japón en todas las áreas bajo nuestro control administrativo y con reforzar nuestra muy crucial alianza”, ha dicho el presidente de EE UU durante la rueda de prensa. Algo muy distinto a lo que expresó durante la campaña, cuando sugirió que Tokio debería desarrollar armas nucleares porque su país no iba a seguir costeando su defensa eternamente. En realidad, era una verdad trumpiana porque Japón paga anualmente cerca de 2.000 millones de dólares para sufragar la presencia yanki en su territorio.

DISPUTA CON CHINA

Ese paraguas de seguridad afectaría también a la disputa que Tokio mantiene con China por la soberanía de algunas islas en el mar de China. Según dijo Abe en la comparecencia, los dos líderes se mostraron de acuerdo en oponerse a cualquier intento de cambiar el estatus quo por la fuerza. El nacionalista japonés no es el único que puede cantar victoria en su interacción con Trump. La pasada madrugada, el republicano habló por primera vez por teléfono con Xi Jingping y, en esa conversación “extraordinariamente cordial”, se comprometió a respetar la política de “una sola China”mantenida por todos los presidentes de EEUU desde 1979.

La afirmación es novedosa porque Trump rompió con el protocolo en diciembre al llamar a la presidenta taiwanesa y sugerir después que su Administración podría plantearse el reconocimiento de Taiwán. Pero va a ser que no. La distensión con Pekín es buena para el mundo, pero no está claro que la manera en que se ha producido sea necesariamente buena para la Casa Blanca. Algunos analistas chinos han dicho que China respeta la fuerza, y la decisión de Trump de cambiar de parecer a las primeras de cambio demostraría que no es más que “un tigre de papel”. Un bluff.