La Unión Europea (UE) se está acomodando a la participación de la extrema derecha en los gobiernos de los estados miembros. La coalición gubernamental del Partido Popular austriaco (ÖVP) con el ultraderechista Partido de la Libertad (FPÖ) ha recibido esta semana la bendición del presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, y del presidente permanente de la UE, Donald Tusk, miembros también del Partido Popular Europeo (PPE). Ambos felicitaron «calurosamente» al nuevo canciller austriaco, Sebastian Kurz, sin ninguna advertencia, ni exhortación a respetar los valores fundamentales de la UE, pese a que su socio ultraderechista controlará carteras clave, como Interior, Defensa y Asuntos Exteriores, entre otras.

A Juncker y Tusk no parece preocuparles que haya vuelto al Gobierno un partido fundado por antiguos oficiales nazis, ni que el nuevo vicecanciller y líder del FPÖ, Heinz-Christian Strache, estuviera vinculado en su juventud a organizaciones nazis, con prácticas paramilitares incluidas y dos detenciones por la policía federal alemana por participar en actividades nazis, como ha documentado el diario Süddeutsche Zeitung. Solo el comisario de Asuntos Económicos y Monetarios, el socialista Pierre Moscovici, ha expresado su preocupación.

El criterio que Juncker y Tusk parecen haber considerado determinante para acoger con los brazos abiertos el retorno de la ultraderecha austriaca al Gobierno es su renuncia formal a plantear un referéndum sobre la UE, cuya posibilidad había evocado Strache en el pasado pero que había abandonado porque penalizaba electoralmente al partido. «Es un Gobierno proeuropeo, eso es todo», zanjó Juncker, silenciando que el pacto gubernamental austriaco rechaza una mayor integración europea.

Los planteamientos autoritarios, antiinmigración y xenófobos del FPÖ no han entrado en la ecuación. Ese criterio llevaría a convertir en aceptable el Frente Nacional francés si Marine Le Pen renunciara a cuestionar la pertenencia a la UE.

Desde el entorno del Partido Popular Europeo (PPE) se defiende la alianza con la extrema derecha como «positiva para Europa», porque servirá para «domesticar» a los partidos ultras con su participación en tareas de gobierno y a «suavizar» su euroescepticismo.

El modelo de la alianza austriaca podría usarse en otros países, empezando por Italia, donde se celebrarán elecciones en primavera, señala Federico Ottavio Reho, del Centro para Estudios Europeos Wilfred Martens, vinculado al PPE. Precisamente, Silvio Berlusconi ultima la alianza de su partido conservador Forza Italia con la ultra Liga Norte de Matteo Salvini y los Hermanos de Italia de Georgia Meloni.

La filósofa alemana Hannah Arendt, autora de Los orígenes del totalitarismo, acuñó en 1963 el concepto «la banalidad del mal» para referirse a la aceptación y normalización del mal en la vida cotidiana. Pese a la experiencia histórica, en la Europa del siglo XXI se está produciendo una banalización de la extrema derecha y su aceptación como la nueva normalidad política. «Hay una tendencia al autoritarismo en la gestión del Estado para mantener el libre mercado», apunta Eric Corijn, profesor de la Universidad Libre de Bruselas (VUB).

Frente a las masivas protestas en Austria y las sanciones diplomáticas en el 2000 cuando el FPÖ entró por primera vez en el Gobierno, su regreso al poder se ha producido en medio de la bendición europea y la indiferencia general. ¿Qué ha cambiado? Primero, la Comisión Europea. En la del 2000, presidida por Romano Prodi, predominaba la izquierda, mientras que la actual de Juncker y las dos anteriores han estado dominadas por los conservadores del mismo partido que se alía con los ultras. Además, la extrema derecha, pese a su retórica social, es neoliberal, por lo que apoya la política económica oficial de la UE, a diferencia de las nuevas fuerzas de izquierda.

Los partidos tradicionales han contribuido a normalizar la extrema derecha al asumir sus planteamientos, recuerda Jérôme Jamin, profesor de la Universidad de Lieja (ULG). Algunos ejemplos son: ampliación de los poderes policiales, nacionalismo político y económico, antiinmigración y recorte de libertades (leyes antiterroristas, ley mordaza en España).

La ampliación de la UE ha debilitado la firmeza en la defensa de los principios democráticos al incorporar estados con derivas autoritarias (Hungría y Polonia), populistas (República Checa) y problemáticos (Bulgaria y Rumanía). Asimismo, Austria ha dejado de ser un caso aislado y la dependencia política de los gobiernos de los partidos de extrema derecha se ha multiplicado a lo largo de estos años (Italia, Eslovaquia, Finlandia, Dinamarca, Bulgaria, Croacia). En otros casos, la normalización se ha producido con la integración dentro de partidos conservadores de antiguas formaciones ultras, como hizo Forza Italia con Alleanza Nazionale-MSI en el 2009.