Turquía ya ha empezado a expulsar a los yihadistas occidentales del Estado Islámico (EI) detenidos en sus cárceles -cuatro de ellos, según ha anunciado el ministro de Exteriores de Bélgica, Didier Reynders, de nacionalidad belga- mientras Europa calla ante la posible repatriación de aquellos que permanecen en los campos del norte de Siria, controlados por las fuerzas kurdas. No hay ninguna política europea común sobre repatriación, los gobiernos actúan cada uno por su cuenta y los llamados combatientes extranjeros se han convertido en personas no gratas en el Viejo Continente, incluidos sus mujeres e hijos.

Aun así, organizaciones internacionales como Naciones Unidas, asociaciones no gubernamentales como Save the children y centenares de familiares siguen reclamando su regreso, especialmente el de los menores atrapados en los campos. No hay cifras oficiales pero sí estimaciones que dan una cierta idea de la magnitud del problema. Según un análisis publicado recientemente por el Instituto Egmont, un centro de investigación belga, el número de combatientes europeos detenidos en el norte de Siria asciende a 430 personas. El grueso de ellos son franceses (130) y alemanes (124) pero también muchos belgas (57), holandeses (50), suecos (31-45) y algunos españoles (4).

Junto a ellos, unos 700 menores, la mayoría franceses (270-320) y alemanes (138), pero también un nutrido grupo de holandeses (90), belgas (69), suecos (57) y españoles (17). Cifras probablemente subestimadas, apuntan, que no tienen en cuenta los centenares de personas que ya han huido de los campos -800 mujeres y niños, según algunas estimaciones de la oficina europea de la lucha antiterrorista- y que apuntan a la existencia de un contingente europeo mayor del que se pensaba, compuesto en su mayoría por niños que viven en condiciones «peligrosas», según han denunciado en los últimos meses desde el Consejo de Europa hasta Naciones Unidas.