Hijo de un violinista ciego, el músico siriopalestino Aeham Ahmad, de 29 años, se ha convertido en todo un símbolo de la resistencia a la guerra de Siria. Se dio a conocer al mundo gracias a al plataforma Youtube, en vídeos en los que se le ve tocar el piano en medio de las ruinas de Yarmuk, situadas junto a la ciudad de Damasco. Refugiado actualmente en Alemania, la semana pasada ofreció un concierto solidario en Barcelona.

-¿Por qué decidió tocar el piano en medio de las bombas?

-Por una cuestión emocional. El pianista necesita tocar, practicar e interpretar frente al público. Yo tocaba en una pequeña habitación, sin luz. Era muy triste. Entonces decidí salir a la calle.

-¿Cómo reaccionó la gente?

-Al principio tocaba piezas de Frédéric Chopin y Wolfgang Amadeus Mozart, pero me di cuenta de que no interesaban. Entonces empecé a preguntar a los niños que me explicaran sus historias. Ellos, con sus vivencias, inspiraron el contenido de las letras. Componía sobre la marcha. En una guerra, donde no paran de caer bombas, no puedes hacer muchos planes.

-¿De qué hablan sus canciones?

-En Oriente Próximo, tenemos de tres tipos de composiciones: las de amor, las que hablan de humanidad y las que destacan la figura del dictador de turno. Las mías son diferentes. Tratan de nuestra situación, de nuestra realidad, de la gente de Yarmuk -hijos o nietos de los refugiados palestinos de los años 50, como mi abuelo- y de la situación actual, de la tragedia de la guerra.

-El Estado Islámico quemó su piano. ¿Qué sintió en ese momento?

-Que estaban prendiendo fuego a toda Siria, no solo a mi piano. Me acordé de Zeinab, la niña a la que un francotirador mató en la calle mientras cantaba y yo tocaba el piano. Pensé que estaba poniendo en peligro la vida de mucha gente, que debía de dejar de tocar el piano y poner a mi familia a salvo.

-Y salieron en dirección a Europa. ¿Cómo fue el viaje?

-Tres meses horribles. De Damasco fuimos a Homs, donde nos detuvieron. Cuando salimos libres, decidimos que mi mujer y mis hijos regresaran a Yarmuk, mientras yo seguía el camino. Turquía, Grecia, los Balcanes. Como miles de refugiados.

-¿Cuál fue su primera impresión cuando llegó a Alemania?

-Lo único que pensaba era qué hacer para reunirme lo antes posible con mi mujer y mis hijos. Mucha gente en Alemania me ayudó. Me reuní con ellos al cabo de un año. Hay gente que lo consigue después de tres o cuatro años, o no lo logran.

-La Unión Europea se comprometió a acoger a 160.000 refugiados y solo ha acogido al 25%. ¿Decepcionado?

-Sí, claro. No me gusta cómo ha actuado Europa, pero también hay que hablar de los países árabes. ¿Cuántos refugiados han acogido países ricos como los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí? Ninguno.

-La extrema derecha crece en Europa, también en Alemania.

-Y me preocupa mucho. Es horrible. Para nosotros, los refugiados, pero también para los propios alemanes. Al menos nosotros, si la situación mejora, podremos regresar a nuestro país, pero los alemanes se quedarán y sufrirán las consecuencias.

-¿Chiís, sunís y kurdos podrán vivir juntos después de la guerra?

-No creo que sea un problema étnico o religioso, sino que radica en los grandes países que apoyan a uno u otro de estos grupos. No queremos ni a los rusos ni a los americanos, ni a los turcos. Hemos vivido muchos años juntos sin problemas.

-¿Piensa volver a Siria o Palestina?

-No soy un hombre político, sino un músico a quien le gusta tener libertad y en Oriente Próximo no es fácil expresarse libremente. Sueño con regresar a Palestina y a Yarmuk, porque es parte de mi vida y mi ciudad. Pero si vuelvo, ¿encontraré el Yarmuk de antes? Tenemos una guerra civil y el odio sigue creciendo.