A pesar de ser una ciudad tradicionalmente socialdemócrata, Viena también vio en agosto como, en las elecciones municipales, los ultraconservadores obtenían un 30,79% de los votos, los mejores resultados de su historia. Aunque no lograron la alcaldía, el principal hito de la formación xenófoba fue quedar en segundo lugar tras los socialdemócratas, a los que arrebató dos de los 18 distritos de su gran bastión electoral. El distrito de Simmering, al sur, representa su mayor victoria.

El FPÖ obtuvo ahí el 42,9% de los votos frente al 40,6% del SPÖ y arrebató el dominio que los socialdemócratas ostentaban desde 1945. Simmering es un barrio industrial de la periferia. Antiguamente conocido por sus fábricas y su producción de gas, ahora es una zona de alquileres económicos en los que conviven las nuevas olas de inmigración y antiguos trabajadores. “A la gente mayor le da más miedo lo desconocido pero, paradójicamente, los populistas también han recibido apoyo de inmigrantes de segunda generación que no quieren que compartir los beneficios sociales o que quieren reforzar su identidad como austríacos. No lo entiendo”, admite Mila, una joven recepcionista.

La ultraderecha siempre ha tenido una voz fuerte en Austria. A finales de la década de los 90 el FPÖ ya coqueteó con la primera línea de poder y desde entonces no ha parado de crecer. En la última década las coaliciones han permitido gobernar a los socialdemócratas (SPÖ) pero también les han infligido un desgaste que ahora han llevado a la ciudadanía, cansada de la élite política del país, a buscar una alternativa en los polos. Las medidas de austeridad impulsadas durante los años de crisis ampliaron aún más la creciente brecha entre los gobernantes y el pueblo.

ZONAS DIFÍCILES

Cerca del Gasómetro, unos antiguos tanques de gas reconvertidos en un centro comercial de peculiar diseño, Hannes, en la cincuentena, disfruta de un cigarrillo. Como tantos otros austríacos ve las elecciones del domingo como los comicios del cabreo. Ningún candidato le gusta pero aún menos la inoperancia del Gobierno. “Están encallados en el poder sin actuar. Hay gente que votará al FPÖ como castigo para hacerlos reaccionar”, explica. “El presidente no tiene casi poder así que lo clave es que los partidos tradicionales se pongan en marcha para las elecciones importantes, las parlamentarias del 2018”, añade.

Su inicial escepticismo sobre el tema deriva en una defensa indirecta del FPÖ. “Hay zonas de los suburbios en los que es difícil ir si eres austríaco. Un amigo mío se cambió de distrito porque unos turcos le robaron el móvil y tenía miedo de seguir viviendo ahí”, lamenta mientras apura otro cigarrillo.

Hannes, que es el director de una pequeña asesoría de negocios, viene de una familia trabajadora. Votaba a Los Verdes pero ahora califica de “fascista” su “superioridad moral”.

“Los inmigrantes de los Balcanes se integraron mejor pero los turcos y árabes de ahora se encierran en sus comunidades e incluso prohíben a sus hijos jugar con los niños austríacos en el parque”, lamenta.