Hong Kong ha entrado en el cuarto mes de protestas con el movimiento autocalificado de prodemocrático plenamente instalado en la violencia y el vandalismo. Los activistas perseveraron ayer en la destrucción del mobiliario urbano, los choques con la policía y las palizas a los críticos. Queda poco de aquellas admirables concentraciones multitudinarias y pacíficas que pretendían tumbar la inquietante ley de extradición. Con esa ley ya enterrada, las movilizaciones han quedado reducidas a un puñado de cientos o miles de jóvenes que cada fin de semana se reúnen para devastar la ciudad y tensar la paciencia de Pekín.

Los jóvenes se citaron ayer en Sha Tin, una barriada de Nuevos Territorios, para atacar los negocios prochinos. Los cantos por la libertad pronto degeneraron en disturbios y el ultraje a la bandera china. Un hombre que manifestó su oposición coleccionó patadas y puñetazos mientras la muchedumbre vitoreaba a los agresores. Solo pudo escapar 20 minutos después cojeando y con el rostro ensangrentado.

Los activistas destrozaron luego el centro comercial y las instalaciones de la parada de metro más cercana con martillos y esprays antes de prepararse para la llegada de la policía formando barricadas con mobiliario urbano que después incendiaron. La irrupción de los agentes provocó el litúrgico intercambio de ladrillos y cócteles molotov por un lado y gases lacrimógenos por el otro. Las batallas se extendieron a otros puntos de la ciudad y la policía se vio forzada a cerrar paradas de metro y reforzar la seguridad para evitar que los manifestantes tomaran de nuevo el aeropuerto.

Algunos de los manifestantes habían planeado un mitin a las afueras del Aeropuerto Internacional de Hong Kong con el objetivo de interrumpir sus operaciones, aunque la estrategia finalmente no fructificó, puesto que se suspendió el servicio en muchas de las estaciones del expreso aeroportuario.