Donald Trump tuvo su momento pasajero de inmunidad frente al coronavirus, cuatro semanas de repunte en las encuestas que se prolongaron desde mediados de enero a mediados de febrero, cuando los estragos del covid-19 eran todavía mínimos. No llegó a ser el 11-S de George W. Bush, aquel absceso de patriotismo que le sirvió al país para cerrar filas frente a la amenaza externa, pero el índice de aprobación del presidente aumentó cuatro puntos en los sondeos de Gallup. Ese periodo de gracia, sin embargo, se ha acabado. La popularidad del presidente no solo ha vuelto a desplomarse, sino que peligra el control republicano del Senado y se nublan sus opciones de reelección a seis meses de las presidenciales. Su partido está nervioso y alarmado por su gestión de la crisis.

La semana pasada se vivió un punto de inflexión, después de que Trump propusiera como terapia contra el covid-19 la inyección de desinfectante a los pacientes enfermos, una ocurrencia que obligó a los fabricantes de lejía y otros productos de limpieza a salir al paso para advertir de que la ingestión de sus productos puede ser potencialmente letal. La Casa Blanca trató de rehacer el descosido, pero el daño estaba hecho. La conclusión en el entorno del presidente es que sus ruedas de prensa diarias para informar sobre la epidemia se han convertido en su peor enemigo. Lo que debían ser sobrias comparecencias para demostrar liderazgo en tiempos de crisis han derivado en arengas de hasta dos horas más propias de un delirante reality show y un encendido mitin de campaña.

Esta pandemia deja a Trump sin chivos expiatorios aparentes, por más que haya tratado de culpar a los demócratas, a China o a la Organización Mundial de la Salud de la lentitud de su respuesta, sus constantes cambios de postura o su tendencia a minimizar los riesgos de la pandemia por el covid-19. También le ha dejado sin el discreto éxito económico que pretendía vender como su principal baza para la reelección.

Sondeos

Trump ha perdido en las encuestas nueve puntos desde el pico del 15 de enero. El 54% de los estadounidenses desaprueban su gestión, frente al 43% que la respalda, según Gallup. La mayoría del país preferiría tener al mando al demócrata Joe Biden, rival del presidente en noviembre, que le aventaja además en estados decisivos como Michigan, Pensilvania y Florida. Para acabar de complicar el panorama de los conservadores, al menos cuatro de sus senadores están en serio peligro de perder el escaño, un escenario improbable hace solo unos meses que abre la posibilidad de un vuelco en la Cámara alta.